ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 3,1-6

Al ?ngel de la Iglesia de Sardes escribe: Esto dice el que tiene los siete Esp?ritus de Dios y las siete estrellas. Conozco tu conducta; tienes nombre como de quien vive, pero est?s muerto. Ponte en vela, reanima lo que te queda y est? a punto de morir. Pues no he encontrado tus obras llenas a los ojos de mi Dios. Acu?rdate, por tanto, de c?mo recibiste y o?ste mi Palabra: gu?rdala y arrepi?ntete. Porque, si no est?s en vela, vendr? como ladr?n, y no sabr?s a qu? hora vendr? sobre ti. Tienes no obstante en Sardes unos pocos que no han manchado sus vestidos. Ellos andar?n conmigo vestidos de blanco; porque lo merecen. El vencedor ser? as? revestido de blancas vestiduras y no borrar? su nombre del libro de la vida, sino que me declarar? por ?l delante de mi Padre y de sus ?ngeles. El que tenga o?dos, oiga lo que el Esp?ritu dice a las Iglesias.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jes?s se presenta a la Iglesia de Sardes en la plenitud de su fuerza, como "el que tiene los siete esp?ritus de Dios". Y les comunica un dur?simo juicio: es iglesia s?lo en apariencia. Cree estar viva, pero est? a punto de morir, pues cae en la indiferencia y en la frialdad. Si no hay amor, si no hay misericordia, si la compasi?n escasea, cualquier comunidad cristiana, aunque est? bien organizada, est? como muerta. No son las obras, lo que salva, sino la fe, es decir, el abandono total de la vida a la voluntad del Se?or y la absoluta dependencia de ?l y de su Palabra. No es ninguna casualidad que el ap?stol alerte a la comunidad para que recuerde la Palabra recibida y la observe fielmente. Hay que escuchar la Palabra de Dios cada d?a, del mismo modo que una casa no puede prescindir ning?n d?a de sus cimientos. Jes?s lo hab?a repetido varias veces: "Todo el que oiga estas palabras m?as y las ponga en pr?ctica, ser? como el hombre prudente que edific? su casa sobre roca" (Mt 7, 24). Toda comunidad, toda generaci?n cristiana, est? llamada a despertar de su torpor para ponerse a escuchar con vigor el Evangelio y para comunicarlo al mundo en la lengua que puede comprender. Aquellos pocos a los que se dirige el ap?stol para que devuelvan la vida a la comunidad pueden ser personas concretas pero tambi?n aquella parte de cada uno de nosotros que sabe que puede confiar en el Se?or. Todos debemos "revestirnos de blancas vestiduras", es decir, dejarnos guiar por el Evangelio. Lo necesitamos nosotros y lo necesita el mundo. La humanidad parece abandonada a su destino triste, sin sue?os y visiones, a manos del plan desintegrador del Pr?ncipe del mal. Podr?amos encontrarnos como en tiempos de Samuel. "En aquel tiempo era rara la Palabra del Se?or", tal como est? escrito. Sin embargo "no estaba a?n apagada la l?mpara de Dios" (1 S 3, 1-3). A nosotros se nos pide que estemos despiertos y acojamos la luz de esa l?mpara.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.