ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 18,21-24

Un ?ngel poderoso alz? entonces una piedra, como una gran rueda de molino, y la arroj? al mar diciendo: ?As?, de golpe, ser? arrojada Babilonia, la Gran Ciudad, y no aparecer? ya m?s...? Y la m?sica de los citaristas y cantores,
de los flautistas y trompetas,
no se oir? m?s en ti;
art?fice de arte alguna
no se hallar? m?s en ti;
la voz de la rueda de molino
no se oir? m?s en ti; La luz de la l?mpara
no lucir? m?s en ti;
la voz del novio y de la novia
no se oir? m?s en ti.
Porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra,
porque con tus hechicer?as se extraviaron todas las
naciones; y en ella fue hallada la sangre de los profetas y de los santos y de todos los degollados de la tierra.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Un ?ngel poderoso muestra simb?licamente el final de la Babilonia imperial, arrojando una piedra al mar. La ciudad, tal vez la Roma imperial, se hunde en las profundidades del Mediterr?neo con toda la carga de su pecado. Encerrada en sus idolatr?as, la gran metr?polis no oy? los pasos del Juez supremo y del ?ngel de la muerte que se hab?an instalado a sus puertas. Cegada por su orgullo, la ciudad se ha manchado por cr?menes atroces: "en ella fue hallada la sangre de los profetas y de los santos y de todos los degollados de la tierra" (v. 24). La acci?n simb?lica del ?ngel recuerda la que hizo Jerem?as cuando ley? el libro con las acusaciones contra Babilonia y lo arroj? al ?ufrates gritando: "As? se hundir? Babilonia y no se recobrar? del mal?" (51, 60-64). Tambi?n Jes?s utiliz? la imagen de la piedra atada al cuello y arrojada al mar para indicar el destino de los sembradores de esc?ndalos (Mt 18, 6). Babilonia, en efecto, hab?a "escandalizado" ("esc?ndalo" en griego significa "piedra de tropiezo") con sus "magias" a muchos pueblos y hab?a corrompido a muchas naciones. Y sufre el mismo destino que el drag?n sat?nico (12, 9.10.13), que las dos Bestias (12, 20), que el diablo (20, 10), que la muerte (20, 15) y que todos los que no est?n escritos en el "libro de la vida" de Dios (20, 15): todos son arrojados a las profundidades de la nada, del infierno, del silencio. Si no rompemos el v?nculo con el mal corremos el riesgo de quedar atrapados en sus redes hasta compartir su mismo destino de muerte. La mirada que se echa por ?ltima vez sobre Babilonia revela un panorama de desolaci?n extrema. La ciudad que tiempo atr?s era pr?spera y vital ahora est? apagada. Siete veces el ?ngel marca el silencio de muerte que como un velo la recubre por completo: las m?sicas, los ruidos, las voces alegres se han apagado para siempre.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.