ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 22,1-5

Luego me mostr? el r?o de agua de Vida, brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza, a una y otra margen del r?o, hay ?rboles de Vida, que dan fruto doce veces, una vez cada mes; y sus hojas sirven de medicina para los gentiles. Y no habr? ya maldici?n alguna; el trono de Dios y del Cordero estar? en la ciudad y los siervos de Dios le dar?n culto. Ver?n su rostro y llevar?n su nombre en la frente. Noche ya no habr?; no tienen necesidad de luz de l?mpara ni de luz del sol, porque el Se?or Dios los alumbrar? y reinar?n por los siglos de los siglos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan ve un "r?o de agua de vida": es el r?o que se encontraba en el Ed?n (Gn 2, 19), el que Ezequiel hab?a visto salir del templo (41, 7) y el que Zacar?as hab?a anunciado (14, 8). Aquel r?o tambi?n lo hab?a preanunciado Jes?s cuando hab?a dicho a la samaritana: "El que bebe del agua que yo lo d?, no tendr? sed jam?s, sino que el agua que yo le d? se convertir? en ?l en fuente de agua que brota para la vida eterna" (Jn 4, 14). Juan, que sin duda recuerda estas palabras de Jes?s, ve ahora con sus ojos aquella fuente que mana para la eternidad. Aquel r?o de agua de vida brotaba del trono de Dios y del Cordero. A su alrededor se re?nen los salvados para celebrar la perfecta liturgia de adoraci?n. Se hace realidad finalmente la bienaventuranza de Jes?s: "los limpios de coraz?n ver?n a Dios" (Mt 5, 8). Esa era la gran esperanza que proclamaron tanto Pablo como el mismo Juan: "Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara? Cuando se manifieste, seremos semejantes a ?l, porque le veremos tal cual es" (1 Co 13, 12; 1 Jn 3, 2). Consagrados a ?l para siempre ("llevar?n su nombre en la frente"), los justos est?n delante de Dios en la alegr?a de un di?logo que nunca nada podr? romper. En medio de la ciudad Juan descubre "un ?rbol de vida". Es el ?rbol que fue ocasi?n de pecado para los progenitores, pero ahora es fuente de vida para los elegidos por Dios. Es el ?rbol de Cristo, su cruz, que ya no es signo de muerte sino de vida. De ese ?rbol renace la vida: Mar?a y Juan, bajo la cruz, se acogieron uno al otro. Y el ap?stol lo recuerda bien. En la nueva Jerusal?n ya no hay entredichos, ya no hay separaciones, ya no hay muros que separen y barreras que impidan el acceso. Dios acoge a todos porque es el Padre de todos y no hace preferencias entre personas (Rm 2, 11). El Apocalipsis ayuda a mirar la historia de nuestros d?as a partir de su conclusi?n, de la acogida universal de la Jerusal?n celestial. Es el sue?o que Dios pide hacer realidad a los hombres de buena voluntad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.