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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Recuerdo de san Estanislao, obispo de Cracovia y m?rtir (+ 1071). Defendi? a los pobres, defendi? la dignidad del hombre y la libertad de la Iglesia y del Evangelio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres

Recuerdo de san Estanislao, obispo de Cracovia y m?rtir (+ 1071). Defendi? a los pobres, defendi? la dignidad del hombre y la libertad de la Iglesia y del Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Juan 8,1-11

Mas Jes?s se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se present? otra vez en el Templo, y todo el pueblo acud?a a ?l. Entonces se sent? y se puso a ense?arles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: ?Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Mois?s nos mand? en la Ley apedrear a estas mujeres. ?T? qu? dices?? Esto lo dec?an para tentarle, para tener de qu? acuasarle. Pero Jes?s, inclin?ndose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insist?an en preguntarle, se incorpor? y les dijo: ?Aquel de vosotros que est? sin pecado, que le arroje la primera piedra.? E inclin?ndose de nuevo, escrib?a en la tierra. Ellos, al o?r estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los m?s viejos; y se qued? solo Jes?s con la mujer, que segu?a en medio. Incorpor?ndose Jes?s le dijo: ?Mujer, ?d?nde est?n? ?Nadie te ha condenado?? Ella respondi?: ?Nadie, Se?or.? Jes?s le dijo: ?Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques m?s.?

 

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

El Evangelio nos relata la extraordinaria escena de una ad?ltera que es literalmente arrojada al suelo delante de Jes?s mientras ense?aba en el templo. Seg?n la ley de Mois?s aquella mujer deb?a ser lapidada. Si la ley era clara, m?s evidente a?n era la violencia que hab?a movido a aquellos escribas y fariseos a arrojar a aquella pecadora ante ?l. Jes?s, frente a esta escena tan violenta, calla. El evangelista se?ala que se inclina y se pone a escribir sobre la tierra: el Se?or de la Palabra no habla, solo los acusadores contin?an gritando alterados. Incluso la mujer calla; sin embargo es bien consciente de que su vida pende de un hilo, de la sentencia que puede salir de la boca del joven profeta. Finalmente Jes?s levanta la cabeza y, dirigi?ndose a los fariseos acusadores, dice: "Aquel de vosotros que est? sin pecado, que le arroje la primera piedra". E inclin?ndose, vuelve a escribir en la tierra. El evangelista se?ala con un toque de complacencia: "Se iban retirando uno tras otro, comenzando por los m?s viejos". Es un momento de verdad: nadie permanece en aquel lugar excepto Jes?s y la mujer, el misericordioso y la pecadora. Jes?s toma la palabra en el tono que sol?a usar con las personas dif?ciles: "Mujer, ?d?nde est?n? ?Nadie te ha condenado?... Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques m?s". Jes?s, el ?nico sin pecado, el ?nico que habr?a podido arrojarle una piedra, le dice palabras de perd?n y de amor. Este es el Evangelio de amor que los disc?pulos deben acoger y comunicar al mundo al comienzo de este nuevo siglo, tan necesitado de perd?n. No se trata de condescender con el pecado; todo lo contrario. De hecho Jes?s le dice: "Vete, y en adelante no peques m?s". Lo que se necesita es cambiar el coraz?n; ah? es donde comienza la salvaci?n de la esclavitud del mal.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.