ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 8,18-22

Vi?ndose Jes?s rodeado de la muchedumbre, mand? pasar a la otra orilla. Y un escriba se acerc? y le dijo: ?Maestro, te seguir? adondequiera que vayas.? D?cele Jes?s: ?Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.? Otro de los disc?pulos le dijo: ?Se?or, d?jame ir primero a enterrar a mi padre.? D?cele Jes?s: ?S?gueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos.?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Muchas veces leemos en los Evangelios que la gente va adonde Jes?s llevando a pobres, enfermos y endemoniados para que los cure. ?Cu?ntos ocasos, en Cafarna?n, se convirtieron en el alba de una nueva vida para muchos enfermos! Pero Jes?s no se qued? en una orilla, sino que quiso ir a la otra orilla del lago, como si quisiera subrayar que nadie deb?a quedarse sin el Evangelio, sin una palabra de salvaci?n. Cuando est? a punto de irse, se le acerca un escriba que lo llama respetuosamente con el t?tulo de "maestro" y le manifiesta su disponibilidad a seguirlo. Tal vez piensa que basta ir un poco detr?s de ?l, aprender alguna noci?n y formar parte de un grupo con todas las ventajas que eso significaba en t?rminos de garant?a y de seguridad. En definitiva, no estar?a solo y formar?a parte de un grupo respetable. Jes?s contesta de inmediato que seguirle significa vivir como ?l, es decir, no tener ni casa ni lugar donde reclinar la cabeza porque hay que gastar toda la vida por los dem?s: no hab?a venido a la tierra para buscar garant?as y seguridades para ?l o para su peque?o c?rculo. La urgencia de comunicar el Evangelio a todos lo devora. En este horizonte misionero cabe buscar la ra?z de la vocaci?n del cristiano. De hecho, el disc?pulo incluso cuando tiene una vivienda estable, como la mayor parte de nosotros, est? llamado a alimentar y cultivar la pasi?n y el inter?s por el mundo y por las necesidades de la Iglesia difundida por toda la tierra. Jes?s contesta con la misma radicalidad al disc?pulo que le pide poder ir a enterrar a su padre antes de seguirle. La respuesta de Jes?s es parad?jica. No es despiadado y sin coraz?n. No se trata de una cuesti?n de dureza de comportamiento, sino m?s bien de la absoluta prioridad de decantarse por el Se?or.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.