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Memoria de la Madre del Se?or
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Memoria de la Madre del Se?or

Para los musulmanes es el final del ayuno del mes del Ramad?n (Aid al-Fitr). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Se?or

Para los musulmanes es el final del ayuno del mes del Ramad?n (Aid al-Fitr).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Esp?ritu del Se?or est? sobre ti,
el que nacer? de ti ser? santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 4,31-37

Baj? a Cafarna?m, ciudad de Galilea, y los s?bados les ense?aba. Quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Hab?a en la sinagoga un hombre que ten?a el esp?ritu de un demonio inmundo, y se puso a gritar a grandes voces: ??Ah! ?Qu? tenemos nosotros contigo, Jes?s de Nazaret? ?Has venido a destruirnos? S? qui?n eres t?: el Santo de Dios.? Jes?s entonces le conmin? diciendo: ?C?llate, y sal de ?l.? Y el demonio, arroj?ndole en medio, sali? de ?l sin hacerle ning?n da?o. Quedaron todos pasmados, y se dec?an unos a otros: ??Qu? palabra ?sta! Manda con autoridad y poder a los esp?ritus inmundos y salen.? Y su fama se extendi? por todos los lugares de la regi?n.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aqu? Se?or, a tus siervos:
h?gase en nosotros seg?n tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jes?s, tras ser expulsado de Nazaret, decide ir a Cafarna?n, una peque?a ciudad muy viva que se convierte en "su ciudad". Y precisamente all?, en la ciudad, reanuda Jes?s su predicaci?n. Lucas nos lo presenta ense?ando en la sinagoga, cuando un hombre pose?do por un esp?ritu inmundo empez? a gritar: "?Ah! ?Qu? tenemos nosotros contigo, Jes?s de Nazaret?". Jes?s orden? al esp?ritu inmundo que abandonara a aquel hombre. Y lo abandon? al instante. Todos, escribe Lucas, quedaron pasmados y se preguntaban qui?n era aquel hombre que hablaba con esa autoridad y que expulsaba a esp?ritus inmundos. Nosotros no sabemos exactamente qu? quer?a decir la narraci?n evang?lica cuando hablaba de estos esp?ritus; sea como sea, eran capaces de entrar en la vida del hombre hasta perturbar sus funciones f?sicas y ps?quicas. Pero si pensamos en las distorsiones, en las angustias que muchas veces se producen en nuestras ciudades, creo que no estamos muy lejos de comprender este pasaje evang?lico. Los esp?ritus inmundos de los que habla el Evangelio no son esp?ritus extra?os, ignotos; los conocemos bien y tal vez est?n un poco presentes tambi?n en cada uno de nosotros. Se trata del esp?ritu de indiferencia, de maledicencia, de amor solo por uno mismo, de miedo a ser dejado de lado, de miedo a no ser relevantes afectivamente para alguien; se trata del esp?ritu de abusar de los dem?s; del esp?ritu de desconfianza que nos lleva a la angustia y a la violencia; del esp?ritu de ego?smo que nos impulsa a continuar nuestro camino evitando que los dem?s nos molesten; del esp?ritu de odio y de venganza, ya sea grande o peque?a. ?Y cu?ntos otros esp?ritus "inmundos" nos acompa?an y echan a perder nuestra vida y las relaciones con los dem?s, dej?ndonos a menudo m?s solos y m?s tristes! ?C?mo podemos expulsar a estos esp?ritus? ?C?mo podemos alejarlos de nuestra vida y de la vida de los dem?s? El Evangelio nos dice que los poderes extraordinarios, que son los poderes a los que obedecen tambi?n los esp?ritus inmundos, provienen de la fe, de la palabra del Evangelio y de la amistad con Jes?s. Muchas veces buscamos poderes y terapias en muchas direcciones, cuando tenemos a nuestro lado a aquel que puede alejar a los esp?ritus con autoridad. La verdadera autoridad capaz de curar y de resolver numerosas situaciones humanas es la de la amistad, de la cercan?a cari?osa de Jes?s. Esa es la autoridad que Jes?s ejerc?a hacia todos y que pide tambi?n a sus disc?pulos que ejerzan.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.