ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendr?n
un solo reba?o y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 11,47-54

??Ay de vosotros, porque edific?is los sepulcros de los profetas que vuestros padres mataron! Por tanto, sois testigos y est?is de acuerdo con las obras de vuestros padres; porque ellos los mataron y vosotros edific?is. ?Por eso dijo la Sabidur?a de Dios: Les enviar? profetas y ap?stoles, y a algunos los matar?n y perseguir?n, para que se pidan cuentas a esta generaci?n de la sangre de todos los profetas derramada desde la creaci?n del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacar?as, el que pereci? entre el altar y el Santuario. S?, os aseguro que se pedir?n cuentas a esta generaci?n. ??Ay de vosotros, los legistas, que os hab?is llevado la llave de la ciencia! No entrasteis vosotros, y a los que est?n entrando se lo hab?is impedido.? Y cuando sali? de all?, comenzaron los escribas y fariseos a acosarle implacablemente y hacerle hablar de muchas cosas, buscando, con insidias, cazar alguna palabra de su boca.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jes?s contin?a su pol?mica contra los fariseos y los escribas con las dos ?ltimas invectivas. Aquellos, no se contentan con imponer a los dem?s obligaciones que ellos mismos no observan, sino que mantienen la misma actitud de aquellos jud?os que no escucharon a los profetas y los mataron. De ese modo se cierran las puertas del reino a s? mismos y a los dem?s. Tienen la llave del saber religioso pero no son capaces de abrirse el camino hacia Dios y, lo que es peor, cierran las puertas a los humildes y a los d?biles que buscan la salvaci?n. Esta es la acusaci?n m?s grave. Todos debemos escuchar con atenci?n estas palabras de Jes?s, empezando por quien tiene responsabilidades en la comunidad cristiana, teniendo en cuenta que todos somos llamados siempre a sentirnos responsables del otro. Se trata de un deber de unos y de un derecho de los otros. En ese sentido existe una corresponsabilidad "generacional"; nadie puede decirse ajeno a lo que pasa en el tiempo en el que le ha tocado vivir. Por eso tambi?n nosotros, cada uno en su medida, somos corresponsables de aquellos que tenemos a nuestro lado y del crecimiento del amor entre los hombres. Esa responsabilidad abarca tambi?n el crecimiento del mal en el mundo. Y tal vez la primera responsabilidad radica en no escuchar la Palabra de Dios y en despreciar a los profetas que el Se?or contin?a enviando todav?a hoy al mundo. Tambi?n a nosotros se nos pedir?n cuentas de la profec?a que describen las Escrituras y de los profetas que el Se?or contin?a enviando al mundo. Podr?a pesar sobre nosotros una culpa incluso mayor que la de los escribas y los fariseos: ?cu?ntos profetas y m?rtires el siglo pasado dieron testimonio de la primac?a de Dios hasta la muerte! ?Y acaso no los hay tambi?n en nuestros d?as? Hemos conocido muchos testimonios, hemos recibido muchos dones, hemos tenido hermanos y hermanas que nos han querido y han sido buenos con nosotros. Ellos nos han abierto el camino del Evangelio del amor. El Se?or nos pide que no nos quedemos bloqueados porque estamos concentrados en nosotros mismos, sino que nos dejemos guiar por el camino que nos ayuda a cambiar nuestro coraz?n.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.