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Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de la beata Madre Teresa de Calcuta. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Mi?rcoles 5 de septiembre

Recuerdo de la beata Madre Teresa de Calcuta.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, naci?n santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judas 1,20-23

Pero vosotros, queridos, edific?ndoos sobre vuestra sant?sima fe y orando en el Esp?ritu Santo, manteneos en la caridad de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Se?or Jesucristo para vida eterna. A unos, a los que vacilan, tratad de convencerlos; a otros, tratad de salvarlos arranc?ndolos del fuego; y a otros mostradles misericordia con cautela, odiando incluso la t?nica manchada por su carne.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes ser?n santos
porque yo soy santo, dice el Se?or.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El ap?stol opone la unidad de la comunidad cristiana a la herej?a de la divisi?n. La unidad de la que habla el ap?stol no es simplemente de tipo organizativo. Es una unidad que va mucho m?s a fondo en la vida espiritual que nace de Dios mismo. El ap?stol retoma la imagen de la casa y presenta a los creyentes el edificio espiritual que deben continuar construyendo sobre los cimientos que ya se han colocado. En estas palabras hay una concepci?n profunda de la responsabilidad de todo creyente: construir el edificio espiritual es tarea de todos. Estamos lejos de una concepci?n que, con las palabras de hoy, podr?amos definir como clerical. La comunidad es de todos y cada uno de los que la forman es responsable de ella. No es suficiente con una pertenencia "?tnica". Todo creyente dar? cuentas a Dios de su trabajo en la Iglesia. Y el ap?stol se?ala algunos que hay que practicar. En primer lugar, la oraci?n. Es una tarea sacerdotal de toda la comunidad, nadie puede excluirse de este "trabajo" esencial para edificar la Iglesia. Practicando la oraci?n se derrota de ra?z la concepci?n individualista de la fe. Y se pasa a la siguiente obra, es decir, mantenerse "en el amor de Dios". Esta ?ltima expresi?n contiene aquella sinergia que se instaura entre Dios y los creyentes cuando instauran el amor en esta tierra. No se trata de un amor cualquiera, sino del agape, del amor de Dios infundido en el coraz?n de los creyentes. Los cristianos viven el amor de una manera peculiar, que les es propia. Y ese es tal vez el tesoro m?s grande que podemos mostrar al mundo. Nadie m?s puede hacerlo. As? viven y esperan los cristianos la misericordia de Dios, es decir, la plenitud del reino. Es una espera activa que requiere una gran generosidad por parte de todos. El ap?stol exhorta a ocuparse con cari?o de los hermanos y las hermanas. Ese es el amor evang?lico que estamos llamados a vivir. Y por ello nos reconocer?n como disc?pulos de Jes?s.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.