ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Se?or
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Se?or
Martes 18 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Esp?ritu del Se?or est? sobre ti,
el que nacer? de ti ser? santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Cr?nicas 11,10-25

He aqu? los jefes de los valientes que ten?a David, y que, durante su reinado, se esforzaron con ?l y con todo Israel para hacerle reinar, conforme a la palabra de Yahveh respecto de Israel. Esta es la lista de los h?roes que ten?a David: Yasobam, hijo de Jakmon?, jefe de los Treinta, que blandi? su lanza e hizo m?s de trescientas bajas de una sola vez. Despu?s de ?l Eleazar, hijo de Dod?, el ajotita, que era uno de los Tres h?roes. Este estaba con David en Pas Dammim, donde los filisteos se hab?an concentrado para la batalla. Hab?a all? una parcela toda de cebada, y el pueblo estaba ya huyendo delante de los filisteos, pero ?l se apost? en medio de la parcela, la defendi? y derrot? a los filisteos. Yahveh obr? all? una gran victoria. Tres de los Treinta bajaron a la pe?a de la cueva de Adullam, donde David, cuando los filisteos se hallaban acampados en el valle de los Refa?m. David estaba a la saz?n en el refugio, mientras que una guarnici?n de filisteos ocupaba Bel?n. V?nole a David un deseo y dijo: "?Qui?n me diera a beber agua de la cisterna que hay a la puerta de Bel?n!" Rompieron los Tres por el campamento de los filisteos, y sacaron agua de la cisterna que hay a la puerta de Bel?n, se la llevaron y se la ofrecieron a David, pero David no quiso beberla, sino que la derram? como libaci?n a Yahveh, diciendo: "?L?breme Dios de hacer tal cosa! ?Voy a beber yo la sangre de estos hombres junto con sus vidas? Pues con riesgo de sus vidas la han tra?do." Y no quiso beberla. Esto hicieron los Tres h?roes. Abisay, hermano de Joab, era el primero de los Treinta. Hiri? con su lanza a trescientos hombres, y conquist? renombre entre los Treinta. Fue m?s afamado que los Treinta, llegando a ser su capit?n; pero no igual? a los Tres. Bena?as, hijo de Yehoyad?, hombre valeroso y pr?digo en haza?as, de Cabseel, mat? a los dos h?roes de Moab; adem?s baj? y mat? a un le?n dentro de una cisterna, en un d?a de nieve. Mat? tambi?n a un egipcio que ten?a cinco codos de altura; ten?a el egipcio una lanza en su mano del tama?o de un enjullo de tejedor, pero Bena?as baj? contra ?l con un bast?n, arranc? la lanza de la mano del egipcio, y con su misma lanza le mat?. Esto hizo Bena?as, hijo de Yehoyad?, y se conquist? renombre entre los Tres h?roes. Fue muy famoso entre los Treinta, pero no igual? a los Tres; David le hizo jefe de su guardia personal.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aqu? Se?or, a tus siervos:
h?gase en nosotros seg?n tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El cap?tulo once del primer libro de las Cr?nicas reproduce una lista de valientes soldados que acompa?an a David en su empresa. El Cronista quiere subrayar que los valientes guerreros, que han puesto su fuerza al servicio de David, han entrado en el plan de salvaci?n que el Se?or quer?a realizar a trav?s de la obra de David. Ellos comprendieron que es determinante para su vida no contar ?nicamente con su fuerza y su valent?a, sino entrar a formar parte del designio de Dios. Es una ense?anza importante para todo aquel que quiera librarse de la esclavitud del yo, es decir, de pensar que la vida consiste en ensalzarse a uno mismo, en encontrar un espacio solo para uno mismo. El Se?or, con David, y a?n m?s con su Hijo Jes?s, de quien David era figura, desea hacernos entrar en su dise?o de salvaci?n que abarca a todos los pueblos. A veces algunos, tambi?n nosotros que nos definimos como disc?pulos suyos, piensan que Jes?s quiere quitarnos espacio. La verdad es lo contrario. ?l quiere que entremos en su designo para el mundo. Podr?amos decir que ?l es mucho m?s ambicioso con nosotros que cuanto lo somos nosotros mismos. Por eso nos pide que miremos m?s all?, que pensemos a lo grande. Aquellos valientes hab?an participado en la instauraci?n del reino de David. Y el autor siente la necesidad de narrar su gesta. Habla de Yasob?n, que es jefe de los "Tres", y que es capaz de provocar trescientas bajas de una sola vez. Obviamente se elogia su fuerza, pero en realidad vence gracias a la compa??a de Dios: "El Se?or obr? all? una gran victoria". La ayuda de Dios es evidente tambi?n en el caso de Bena?as, que mat? a un egipcio de m?s de dos metros de altura. No pocos detalles de esta lucha recuerdan la lucha de David con Goliat (1 S 17,4-51). Y es significativa la generosidad de los "Treinta" que van a Jerusal?n, desafiando el peligro de muerte, para tomar agua de una fuente cercana a Jerusal?n y llev?rsela a David -su "jefe"-, que la quer?a. Aquellos ve?an en David al enviado de Dios para el gran designio de la salvaci?n. A ese prop?sito, vienen a la memoria las palabras del autor de la Ep?stola a los Hebreos que pide a los cristianos de la comunidad de Alejandr?a que se "acuerden", es decir, que muestren atenci?n por los responsables de la Comunidad: "Acordaos de vuestros gu?as, que os anunciaron la palabra de Dios" (13,7). Es una exhortaci?n que suena todav?a m?s conmovedora si pensamos que algunos de aquellos "gu?as" probablemente sufrieron el martirio por la persecuci?n que hab?a vivido la comunidad. Lo que parece claro, a pesar de todo, es que si ponemos nuestras obras en las manos de Dios, los frutos se multiplican.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.