ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 15 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Cr?nicas 4,1-22

Construy? tambi?n un altar de bronce de veinte codos de largo, veinte codos de ancho y diez codos de alto. Hizo el Mar de metal fundido, de diez codos de borde a borde. Era enteramente redondo y de cinco codos de alto. Un cord?n de treinta codos med?a su contorno. Debajo del borde hab?a en todo el contorno unas como figuras de bueyes, diez por cada codo, colocadas en dos ?rdenes, fundidas en una sola masa. Se apoyaba sobre doce bueyes; tres mirando al norte, tres mirando al oeste, tres mirando al sur y tres mirando al este. El Mar estaba sobre ellos, quedando sus partes traseras hacia el interior. Su espesor era de un palmo, y su borde como el borde del c?liz de la flor de lirio. Cab?an en ?l 3.000 medidas. Hizo diez pilas para las abluciones y coloc? cinco de ellas a la derecha y cinco a la izquierda para lavar en ellas lo que se ofrec?a en holocausto. El Mar era para las abluciones de los sacerdotes. Hizo diez candelabros de oro seg?n la forma prescrita, y los coloc? en el Hekal, cinco a la derecha y cinco a la izquierda. Hizo diez mesas, que puso en el Hekal, cinco a la derecha y cinco a la izquierda. Hizo tambi?n cien acetres de oro. Construy? tambi?n el atrio de los sacerdotes y el atrio grande con sus puertas, revistiendo las puertas de bronce. Coloc? el Mar al lado derecho, hacia el sureste. Juram hizo tambi?n los ceniceros, las paletas y los acetres. As? concluy? Juram la obra que le hab?a encargado el rey Salom?n en la Casa de Dios: Las dos columnas; las molduras de los capiteles que coronaban las columnas; los dos trenzados para cubrir las dos molduras de los capiteles que estaban sobre las columnas; las cuatrocientas granadas para cada trenzado; las diez basas, y las diez pilas sobre las basas; el Mar con los doce bueyes debajo de ?l; los ceniceros, las paletas y los acetres. Todos estos utensilios los hizo Juram Ab? para el rey Salom?n, para la Casa de Yahveh, de bronce bru?ido. El rey los hizo fundir en la vega del Jord?n, en el mismo suelo, entre Sukkot y Sered?. Salom?n fabric? todos estos utensilios en tan enorme cantidad que no se pudo calcular el peso del bronce. Salom?n hizo todos los objetos destinados a la Casa de Dios: el altar de oro, las mesas para el pan de la Presencia, los candelabros con sus l?mparas de oro fino, para que ardieran, seg?n el rito, delante del Debir; las flores, las l?mparas y las despabiladeras de oro, de oro pur?simo; y los cuchillos, los acetres, los vasos y los braseros, de oro puro. Eran tambi?n de oro las puertas interiores de la Casa a la entrada del Santo de los Santos, y las puertas de la Casa para el Hekal.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si en el cap?tulo precedente en el coraz?n de la descripci?n est? el Santo de los Santos donde se conserva el arca de la alianza, aqu? el autor destaca el altar. No se habla de su construcci?n en el libro primero de los Reyes, aunque se presuponga su existencia. El Cronista lo imagina a imitaci?n del altar de Gibe?n, ya recordado en el primer cap?tulo, donde David hab?a ordenado el sacrificio para venerar la tienda del desierto. Es el altar de los holocaustos que es rodeado por el conjunto de numerosos objetos precios?simos para el desarrollo ordenado y solemne de los sacrificios. Se construye junto a una gran reserva de agua lustral, "el Mar de metal fundido, que med?a diez codos de di?metro", se realizan diez pilas para las abluciones, diez candelabros y diez mesas para poner sobre ellas los panes de la presencia (Lv 24,6). Todo en funci?n de la grandiosidad de los ritos del sacrificio. Asimismo, se construy? tambi?n un espacio propio para los sacerdotes, "el atrio de los sacerdotes", para permitir un desarrollo ordenado de su obra. Al leer esta obra viene a la mente la atenci?n an?loga dedicada al lugar donde se coloca el arca de la alianza que custodia la Tor?. Podr?amos decir: el altar y la Palabra, es decir, las dos realidades que hallar?n su cumplimiento en Jes?s, el templo nuevo y definitivo de la presencia de Dios entre los hombres. En la Iglesia contin?a la presencia de Cristo a trav?s de la Palabra y el Altar, es decir, la Eucarist?a. A ambos se les rodea de un atento cuidado y de devoci?n. En ellos est? presente y se manifiesta el misterio mismo, el de Jes?s muerto y resucitado por nuestra salvaci?n. En la liturgia latina el evangeliario llevado en procesi?n es colocado sobre el altar, como para unir el Evangelio y la Eucarist?a, el ?nico pan bajado del cielo. El evangelista Juan anuncia primeramente: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna" (6,54), luego a?ade "El que escucha mi palabra...tiene vida eterna" (5,24). Jes?s se ha hecho para todos Palabra viviente y Pan partido. Es lo que les sucedi? a los dos de Ema?s en el d?a de la Pascua. Gregorio Magno, con inteligencia espiritual, comenta: "Reconocen, en el pan partido, al Se?or, a quien no hab?an reconocido en la exposici?n de las Escrituras". Es una exhortaci?n antigua y siempre nueva a acercarnos con fidelidad a la Sagrada Escritura y a no alejarnos nunca del Altar. As? somos edificados en el templo espiritual que somos llamados a recibir ante todo y a consolidar. Mientras nos acercamos a estas p?ginas del libro de las Cr?nicas, el Se?or nos ayuda a ensanchar la mente y el coraz?n para ser testimonios de su amor en el mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.