ORACIÓN CADA DÍA

Oraci?n por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oraci?n por los enfermos
Lunes 4 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 13,8-14

Con nadie teng?is otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al pr?jimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: No adulterar?s, no matar?s, no robar?s, no codiciar?s y todos los dem?s preceptos, se resumen en esta f?rmula: Amar?s a tu pr?jimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al pr?jimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud. Y esto, teniendo en cuenta el momento en que vivimos. Porque es ya hora de levantaros del sue?o; que la salvaci?n est? m?s cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche est? avanzada. El d?a se avecina. Despoj?monos, pues, de las obras de las tinieblas y revist?monos de las armas de la luz. Como en pleno d?a, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revest?os m?s bien del Se?or Jesucristo y no os preocup?is de la carne para satisfacer sus concupiscencias.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aunque el cristiano cumpliera todo siempre le quedar?a una deuda, la del amor mutuo. Todos nosotros somos deudores de amor hacia los dem?s. Esto significa que los dem?s tienen derecho a nuestro amor, a nuestra atenci?n, a nuestra cercan?a. Esta verdad representa la derrota radical de la filaut?a, el amor por uno mismo que est? en la ra?z de todo pecado. Despu?s del ejemplo de Jes?s, que ha amado a los hombres hasta dar su vida misma por su salvaci?n, el disc?pulo no puede distanciarse de la actitud del maestro. Por esto el ap?stol puede hablar de la deuda del amor. El amor cristiano tiene esta exigencia de gratuidad y de totalidad hacia todos. Y es obvio que tal radicalidad no nace de nosotros, no es el fruto de nuestro compromiso: es un amor que solo podemos recibir de lo alto. Y practicando este amor damos cumplimiento al ?culto viviente de Dios?, al que Pablo acaba de exhortar. La urgencia del amor viene dada por un ahora que apremia. Este es el tiempo de amar, parece decir el ap?stol. Y nosotros, mirando la gravedad de este tiempo, comprendemos la urgencia de que los cristianos den testimonio del amor como ?nica v?a de salvaci?n para el mundo. Ante el crecimiento del odio y la violencia, ante el avance del terrorismo y de la guerra, las comunidades cristianas deben abandonar toda distracci?n y superficialidad para comunicar al mundo la primac?a del amor. El camino de la paz es hacer prevalecer el amor. A la noche de la violencia debe seguir la luz de un nuevo d?a, en el que la paz y las obras de justicia anuncien a todos la salvaci?n que el Se?or derrama sobre nosotros.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.