ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado
Viernes 8 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 15,14-21

Por mi parte estoy persuadido, hermanos m?os, en lo que a vosotros toca, de que tambi?n vosotros est?is llenos de buenas disposiciones, henchidos de todo conocimiento y capacitados tambi?n para amonestaros mutuamente. Sin embargo, en algunos pasajes os he escrito con cierto atrevimiento, como para reavivar vuestros recuerdos, en virtud de la gracia que me ha sido otorgada por Dios, de ser para los gentiles ministro de Cristo Jes?s, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios, para que la oblaci?n de los gentiles sea agradable, santificada por el Esp?ritu Santo. Tengo, pues, de qu? gloriarme en Cristo Jes?s en lo referente al servicio de Dios. Pues no me atrever? a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mi para conseguir la obediencia de los gentiles, de palabra y de obra, en virtud de se?ales y prodigios, en virtud del Esp?ritu de Dios, tanto que desde Jerusal?n y en todas direcciones hasta el Il?rico he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo; teniendo as?, como punto de honra, no anunciar el Evangelio sino all? donde el nombre de Cristo no era a?n conocido, para no construir sobre cimientos ya puestos por otros, antes bien, como dice la Escritura: Los que ning?n anuncio recibieron de ?l, le ver?n, y los que nada oyeron, comprender?n.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo sabe bien que ?l no ha fundado la comunidad cristiana de Roma, y sin embargo siente que debe anunciar tambi?n all? el Evangelio. Por lo dem?s, la predicaci?n del Evangelio es su aut?ntico orgullo. A?ade sin embargo: ?Teniendo as? como punto de honra, no anunciar el Evangelio sino all? donde el nombre de Cristo no era a?n conocido?. Con estas palabras que el ap?stol dirige a los cristianos de Roma parece querer recordar a toda la Iglesia, a todas las comunidades cristianas, el deber de la nueva comunicaci?n del Evangelio, tanto en las tierras cristianas desde anta?o como en aquellas donde el Evangelio ha llegado hace poco. Es necesario comenzar de nuevo a partir de Jes?s en todo el mundo, incluso en este mundo de inicios del tercer milenio. La misi?n de la Iglesia podemos decir que est? a?n en sus comienzos. Est? en los comienzos para nosotros, cristianos de antigua evangelizaci?n, porque hay muchas p?ginas del Evangelio que debemos comprender en su sentido profundo, como las p?ginas sobre la paz y el amor a los enemigos. La concentraci?n sobre temas y problemas organizativos a veces corre el riesgo de distraernos de la primac?a de la comunicaci?n del Evangelio, que era el verdadero ?honor? de Pablo y que debe constituir el ?honor? de la Iglesia de hoy. En efecto, hay muchas partes de la tierra, pienso en la gran Asia, donde el Evangelio debe ser todav?a anunciado. Es uno de los grandes desaf?os que los cristianos de hoy deben recoger tambi?n de esta carta de Pablo a los romanos. El ap?stol entend?a la predicaci?n del Evangelio entre los paganos como un ?servicio sacerdotal?: comunicando el Evangelio quer?a ofrecer a Dios a todos aquellos que lo acog?an.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.