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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

Festividad de la Santísima Trinidad
Recuerdo de san Felipe Neri (+ 1595), "apóstol de Roma".
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 26 de mayo

Festividad de la Santísima Trinidad
Recuerdo de san Felipe Neri (+ 1595), "apóstol de Roma".


Primera Lectura

Deuteronomio 4,32-34.39-40

Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ?Hubo jamás desde un extremo a otro del cielo palabra tan grande como ésta? ?Se oyó semejante? ?Hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y haya sobrevivido? ?Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación de en medio de otra nación por medio de pruebas, señales, prodigios y guerra, con mano fuerte y tenso brazo, por grandes terrores, como todo lo que Yahveh vuestro Dios hizo con vosotros, a vuestros mismos ojos, en Egipto? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que Yahveh es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y los mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que Yahveh tu Dios te da para siempre.

Salmo responsorial

Salmo 32 (33)

?Gritad de j?bilo, justos, por Yahveh!,
de los rectos es propia la alabanza;

?dad gracias a Yahveh con la c?tara,
salmodiad para ?l al arpa de diez cuerdas;

cantadle un cantar nuevo,
tocad la mejor m?sica en la aclamaci?n!

Pues recta es la palabra de Yahveh,
toda su obra fundada en la verdad;

?l ama la justicia y el derecho,
del amor de Yahveh est? llena la tierra.

Por la palabra de Yahveh fueron hechos los cielos
por el soplo de su boca toda su mesnada.

El recoge, como un dique, las aguas del mar,
en dep?sitos pone los abismos.

?Tema a Yahveh la tierra entera,
ante ?l tiemblen todos los que habitan el orbe!

Pues ?l habl? y fue as?,
mand? ?l y se hizo.

Yahveh frustra el plan de las naciones,
hace vanos los proyectos de los pueblos;

mas el plan de Yahveh subsiste para siempre,
los proyectos de su coraz?n por todas las edades.

?Feliz la naci?n cuyo Dios es Yahveh,
el pueblo que se escogi? por heredad!

Yahveh mira de lo alto de los cielos,
ve a todos los hijos de Ad?n;

desde el lugar de su morada observa
a todos los habitantes de la tierra,

?l, que forma el coraz?n de cada uno,
y repara en todas sus acciones.

No queda a salvo el rey por su gran ej?rcito,
ni el bravo inmune por su enorme fuerza.

Vana cosa el caballo para la victoria,
ni con todo su vigor puede salvar.

Los ojos de Yahveh est?n sobre quienes le temen,
sobre los que esperan en su amor,

para librar su alma de la muerte,
y sostener su vida en la penuria.

Nuestra alma en Yahveh espera,
?l es nuestro socorro y nuestro escudo;

en ?l se alegra nuestro coraz?n,
y en su santo nombre confiamos.

Sea tu amor, Yahveh, sobre nosotros,
como est? en ti nuestra esperanza.

Segunda Lectura

Romanos 8,14-17

En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 28,16-20

Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: ?Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homil?a

El tiempo de después de Pentecostés es el tiempo para que la Iglesia lleve a cabo la misión de llevar el Evangelio a todos los pueblos. Aquellas lenguas de fuego que recibieron los discípulos el día de Pentecostés no desaparecieron con el ocaso de aquel día. Son el verdadero tesoro de sabiduría que el Señor concedió a sus discípulos para que se dejen guiar por su calor y por su luz para reunir en la unidad a aquellos que están dispersos y son esclavos de los señores de este mundo. Por eso el apóstol Pablo escribe a los romanos: "Vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!" (Rm 8,15).
En Pentecostés nace una Iglesia de pueblo que habla con claridad y con una nueva fuerza la lengua del amor por todos, la lengua de la paz entre todos los pueblos. La fiesta de la Trinidad nos recuerda la urgencia de la tarea que el Señor confía a su Iglesia. La fiesta de hoy es una nueva invitación a entrar en el propio dinamismo de Dios y a vivir su misma vida de amor y de compasión por toda la familia humana. El Señor hace realidad la salvación -como dice el Vaticano II- reuniendo a los hombres y a las mujeres a su alrededor en una gran familia sin límites. La salvación se llama, precisamente, comunión con Dios y entre los hombres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.