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La Iglesia bizantina venera hoy a San Saba (+532) "archimandrita de todos los ermitaños de Palestina"
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La Iglesia bizantina venera hoy a San Saba (+532) "archimandrita de todos los ermitaños de Palestina"


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esdras 7,1-28

Después de estos acontecimientos, bajo el reinado de Artajerjes, rey de Persia, Esdras, hijo de Seraías, hijo de Azarías, hijo de Jilquías, hijo de Sallum, hijo de Sadoq, hijo de Ajitub, hijo de Amarías, hijo de Azarías, hijo de Merayot, hijo de Zerajías, hijo de Uzzí, hijo de Buqquí, hijo de Abisúa, hijo de Pinjás, hijo de Eleazar, hijo del sumo sacerdote Aarón, este Esdras subió de Babilonia. Era un escriba versado en la Ley de Moisés que había dado Yahveh, Dios de Israel. Como la mano de Yahveh su Dios estaba con él, el rey le concedió todo lo que pedía. Subieron también a Jerusalén, el año séptimo del rey Artajerjes, parte de los israelitas, de los sacerdotes, levitas, cantores, porteros y donados. El llegó a Jerusalén el mes quinto: era el año séptimo del rey. Había dispuesto para el día uno del primer mes su salida de Babilonia, y el día uno del quinto mes llegaba a Jerusalén. ¡La mano bondadosa de su Dios estaba con él! Porque Esdras había aplicado su corazón a escrutar la Ley de Yahveh, a ponerla en práctica y a enseñar en Israel los preceptos y las normas. Esta es la copia del documento que el rey Artajerjes entregó a Esdras, el sacerdote-escriba dedicado a escribir las palabras de los mandamientos de Yahveh y sus decretos acerca de Israel. Artajerjes, rey de reyes, al sacerdote Esdras, secretario de la Ley del Dios del cielo, paz perfecta, etc. Estas son mis órdenes: Todo aquel que en mi reino pertenezca al pueblo de Israel, a sus sacerdotes o a sus levitas, y quiera volver a Jerusalén, puede partir contigo, ya que tú eres enviado por el rey y sus siete consejeros para inspeccionar a Judá y Jerusalén en lo referente a la Ley de tu Dios que está en tus manos, y para llevar la plata y el oro que el rey y sus consejeros han ofrecido voluntariamente al Dios de Israel, cuya morada está en Jerusalén, así como toda la plata y el oro que hayas reunido de toda la provincia de Babilonia, con las ofrendas voluntarias que el pueblo y los sacerdotes hayan hecho para la Casa de su Dios en Jerusalén. Con este dinero procura comprar novillos, carneros, corderos, con las oblaciones y libaciones correspondientes, para ofrecerlo luego sobre el altar de la Casa de vuestro Dios en Jerusalén; y la plata y el oro que sobre, lo emplearéis como mejor os parezca a ti y a tus hermanos, conforme a la voluntad de vuestro Dios. Los utensilios que se te entregan para el servicio de la Casa de tu Dios, deposítalos delante de tu Dios en Jerusalén. Lo que aún se necesite para la Casa de tu Dios y que tú tengas que procurarte, se te dará de los tesoros reales. Yo mismo, el rey Artajerjes, doy esta orden a todos los tesoreros de Transeufratina: "Todo lo que os pida el sacerdote Esdras, Secretario de la Ley del Dios del cielo, se lo daréis puntualmente, hasta la suma de cien talentos de plata, cien cargas de trigo, cien medidas de vino y cien medidas de aceite; la sal se le dará sin tasa. Todo lo que ordena el Dios del cielo, debe ser cumplido con celo para la Casa del Dios del cielo, a fin de que la Cólera no caiga sobre el reino del rey y de sus hijos. Os hacemos saber también que no se puede percibir impuesto, contribución o peaje, de ninguno de los sacerdotes, levitas, cantores, porteros, donados, de ninguno de los servidores de esta Casa de Dios." Y tú, Esdras, conforme a la sabiduría de tu Dios, que posees, establece escribas y jueces que administren la justicia a todo el pueblo de Transeufratina, a todos los que conocen la Ley de tu Dios. A quienes la ignoran, habréis de enseñársela. Y a todo aquel que no cumpla la Ley de tu Dios y la ley del rey, aplíquesele una rigurosa justicia: muerte, destierro, multa en dinero o cárcel." ¡Bendito sea Yahveh, Dios de nuestros padres, que movió de esta manera el corazón del rey para glorificar la Casa de Yahveh en Jerusalén, y a mí me granjeó gracia delante del rey, de sus consejeros y de los altos jefes del rey! Yo cobré ánimo porque la mano de Yahveh mi Dios estaba conmigo, y reuní a los jefes de Israel para que salieran conmigo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Se introduce aquí la figura de Esdras, escriba, "versado en la Ley de Moisés". En efecto, él será quien hará de la Torá, del Pentateuco, un punto de referencia para el Israel de después del exilio. Antes que él no existía una auténtica y verdadera codificación de la Biblia. La primera recopilación lograda se refería precisamente a la primera parte del texto sagrado, en hebreo la Torá, que traducido literalmente significa "enseñanza", un concepto más amplio de lo que nosotros entendemos por ley. La tarea de Esdras, como se verá por ejemplo en el capítulo octavo de Nehemías, fue precisamente la de situar la Torá en el centro de la vida de Israel. Ya en este capítulo se habla de la "Ley de tu Dios que está en tus manos" (v. 14). Esta será la obra principal de Esdras, que constituirá la identidad no sólo del Israel después del exilio, sino de Israel de todos los tiempos. Aquí vemos a Esdras investido de autoridad por el rey de Persia Artajerjes, quien le envió a Jerusalén para que pudiera dar cumplimiento definitivo a la posibilidad de los habitantes de Judá de alabar al Señor en el templo. De esta forma se le encarga llevar los utensilios necesarios: "la plata y el oro ... con las ofrendas voluntarias que el pueblo y los sacerdotes hayan hecho para el templo de su Dios en Jerusalén". Con la plata se podrían adquirir los animales necesarios para los sacrificios del templo (v. 17). El sacrificio de animales era una parte esencial del culto en el templo, como describe el libro del Levítico. El pasaje termina con una doxología, una alabanza al Señor por cuanto ha realizado. Esdras percibe la gran benevolencia de Dios, cuya "mano" estaba con él frente al poder del rey de los persas. De esta forma se siente animado por el amor del Señor, y esto le ha permitido llevar a cumplimiento la obra para la que le había elegido. El Señor no abandona a sus discípulos. Si les confía una tarea, les proporciona también la fuerza para llevarla a término.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.