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Vigilia del domingo
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Vigilia del domingo

Recuerdo de Nuestra Señora de Guadalupe, en México.
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Libretto DEL GIORNO
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Recuerdo de Nuestra Señora de Guadalupe, en México.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nehemías 2,1-20

En el mes de Nisán, el año veinte del rey Artajerjes, siendo yo encargado del vino, tomé vino y se lo ofrecí al rey. Anteriormente nunca había estado yo triste. Me dijo, pues, el rey: "¿Por qué ese semblante tan triste? Tú, enfermo no estás. ¿Acaso tienes alguna preocupación en el corazón?" Yo quedé muy turbado, y dije al rey: "¡Viva por siempre el rey! ¿Cómo no ha de estar triste mi semblante, cuando la ciudad donde están las tumbas de mis padres está en ruinas, y sus puertas devoradas por el fuego?" Replicóme el rey: "¿Qué deseas, pues?" Invoqué al Dios del cielo, y respondí al rey: "Si le place al rey y estás satisfecho de tu siervo, envíame a Judá, a la ciudad de las tumbas de mis padres, para que yo la reconstruya." El rey me preguntó, estando la reina sentada a su lado: "¿Cuánto durará tu viaje? ¿Cuándo volverás?" Yo le fijé un plazo que pareció aceptable al rey, y él me envió. Añadí al rey: "Si le place al rey, que se me den cartas para los gobernadores de Transeufratina, para que me faciliten el camino hasta Judá; y asimismo una carta para Asaf, el encargado de los parques reales, para que me proporcione madera de construcción para las puertas de la ciudadela del Templo, la muralla de la ciudad y la casa en que yo me he de instalar." El rey me lo concedió, pues la mano bondadosa de mi Dios estaba conmigo. Me dirigí, pues, a los gobernadores de Transeufratina y les entregué las cartas del rey. El rey me había hecho escoltar por oficiales del ejército y gente de a caballo. Al enterarse de ello Samballat el joronita y Tobías el servidor ammonita, les sentó muy mal que alguien viniera a procurar el bienestar de los israelitas. Llegué a Jerusalén y me quedé allí tres días. Luego me levanté de noche con unos pocos hombres, sin comunicar a nadie lo que mi Dios me había inspirado que hiciera por Jerusalén, y sin llevar conmigo más que la cabalgadura en que iba montado. Saliendo, pues, de noche por la puerta del Valle, me dirigí hacia la Fuente del Dragón y hacia la puerta del Muladar: inspeccioné la muralla de Jerusalén por donde tenía brechas, y las puertas que habían sido devoradas por el fuego. Continué luego hacia la puerta de la Fuente y la alberca del Rey, pero no había paso para mi cabalgadura. Volví a subir, pues, de noche, por el Torrente, inspeccionando la muralla, y volví a entrar por la puerta del Valle. Así regresé a casa. Los consejeros no supieron dónde había ido ni lo que había hecho. Hasta entonces no había dicho nada a los judíos: ni a los sacerdotes ni a los notables ni a los consejeros ni a los funcionarios; entonces les dije: "Vosotros mismos veis la triste situación en que nos encontramos, pues Jerusalén está en ruinas, y sus puertas devoradas por el fuego. Vamos a reconstruir la muralla de Jerusalén, y no seremos más objeto de escarnio." Y les referí cómo la mano bondadosa de mi Dios había estado conmigo, y les relaté también las palabras que el rey me había dicho. Ellos dijeron: "¡Levantémonos y construyamos!" Y se afianzaron en su buen propósito. Al enterarse de ello Samballat el joronita, Tobías el siervo ammonita y Guésem el árabe, se burlaron de nosotros y vinieron a decirnos: "¿Qué hacéis? ¿Es que os habéis rebelado contra el rey?" Yo les respondí: "El Dios del cielo nos hará triunfar. Nosotros sus siervos, vamos a ponernos a la obra. En cuanto a vosotros, no tenéis parte ni derecho ni recuerdo en Jerusalén."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nehemías está angustiado por la situación de su pueblo y de su ciudad. La ausencia de muralla significaba una debilidad extrema ante cualquier ataque del enemigo. Toda ciudad estaba siempre provista de murallas. Una ciudad sin murallas perdía también su sentido de lugar de convivencia segura. En el libro del Apocalipsis, siguiendo el modelo del libro de Ezequiel (Ez 48, 30-35), la ciudad santa que desciende del cielo, la Jerusalén celeste, estará rodeada de murallas: "Tenía una muralla grande y alta con doce puertas; y sobre las puertas, doce ángeles y nombres grabados, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel" (Ap 21, 12). En los libros proféticos como Isaías o Jeremías, Jerusalén era el símbolo de la ciudad habitada por Dios. Según el Salmo 87, todos los hombres tienen origen en Jerusalén porque es la ciudad de Dios, la morada del Altísimo: "Pero de Sión se ha de decir: Todos han nacido en ella, la ha fundado el propio Altísimo" (Sal 87, 5). Comprendemos mejor la preocupación de Nehemías por una ciudad que ha perdido su seguridad, que porta los signos de la destrucción y de la desolación. Pero su propósito no es simple: antes debe convencer al rey persa Artajerjes, y esto le resulta una empresa fácil. En efecto, a diferencia del babilonio, el imperio persa era tolerante con los pueblos conquistados, es más, trataba de mantener la unidad a través de concesiones que favorecían la práctica religiosa de los diferentes pueblos. Es el caso de la disposición benévola de Artajerjes hacia la petición de Nehemías, a quien se le concede volver a Jerusalén con la tarea de reconstruir la muralla de la ciudad. Las dificultades vienen sin embargo de los pueblos vecinos, probablemente de aquella parte que veía en Nehemías la posible amenaza a un equilibrio de poder que se fue constituyendo tras la desaparición del reino de Judá y la destrucción de Jerusalén. Sambalat era quizá gobernador de Siria, Tobías tenía que ver con los Amonitas y después Guesen el árabe. Aquí se perfila una oposición que caracteriza sobre todo la primera fase de la época después del exilio, durante la cual los habitantes de Judea, en parte regresados de Babilonia, tratan de reconstruir la vida religiosa y civil. Este capítulo nos muestra lo difícil que es para un pequeño pueblo encontrar un espacio de vida y poder expresar de nuevo la propia fe, cuando ésta es vista injustamente como una amenaza y un peligro, en vez de como una riqueza y una ayuda a la convivencia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.