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Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de Gigi, niño de Nápoles que murió violentamente. Con él recordamos a todos los niños que sufren o que mueren por la violencia de los hombres. Oración por los niños.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de Gigi, niño de Nápoles que murió violentamente. Con él recordamos a todos los niños que sufren o que mueren por la violencia de los hombres. Oración por los niños.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nehemías 3,33-4,17

Cuando Samballat se enteró de que estábamos reconstruyendo la muralla, montó en cólera y se irritó mucho. Se burlaba de los judíos, y decía delante de sus hermanos y de la gente principal de Samaría: "¿Qué pretenden hacer esos miserables judíos? ¿Es que quieren terminar en un día? ¿Van a dar vida a esas piedras, sacadas de montones de escombros y calcinadas?" Tobías el ammonita, que estaba junto a él, dijo: "¡Déjales que construyan; que si un chacal se alza, abrirá brecha en su muralla de piedra!" ¡Escucha, Dios nuestro, porque nos desprecian. Haz que caiga su insulto sobre su cabeza. Entrégalos al desprecio en un país de cautividad! No pases por alto su iniquidad, ni su pecado sea borrado en tu presencia, porque han insultado a los constructores. Construimos, pues, la muralla, que quedó terminada hasta media altura. El pueblo había puesto su corazón en el trabajo. Cuando Samballat, Tobías, los árabes, los ammonitas y los asdoditas se enteraron de que la reparación de la muralla de Jerusalén adelantaba - pues las brechas comenzaban a taparse - se enfurecieron mucho; y se conjuraron todos a una para venir a atacar a Jerusalén y a humillarme a mí. Pero invocamos a nuestro Dios y montamos guardia contra ellos de día y de noche. Judá decía: "¡Flaquean las fuerzas de los cargadores: hay demasiado escombro; nosotros no podemos reconstruir la muralla!" Y nuestros enemigos decían: "¡Antes que se enteren o se den cuenta, iremos contra ellos, y los mataremos y pararemos la obra!" Pero algunos judíos que vivían junto a ellos vinieron a advertirnos por diez veces: "Vienen contra nosotros desde todos los lugares que habitan." Se apostó, pues, el pueblo en los puntos más bajos, detrás de la muralla y en los lugares descubiertos, y coloqué a la gente por familias, cada uno con sus espadas, sus lanzas y sus arcos. Al ver su miedo, me levanté y dije a los notables, a los consejeros y al resto del pueblo: "¡No les tengáis miedo; acordaos del Señor, grande y terrible, y combatid por vuestros hermanos, vuestros hijos y vuestras hijas, vuestras mujeres y vuestras casas!" Cuando nuestros enemigos supieron que estábamos advertidos y que Dios había desbaratado sus planes, se retiraron, y todos nosotros volvimos a la muralla, cada cual a su trabajo. Pero desde aquel día, sólo la mitad de mis hombres tomaban parte en el trabajo; la otra mitad, provistos de lanzas, escudos, arcos y corazas, se mantenía detrás de toda la casa de Judá que construía la muralla. También los cargadores estaban armados: con una mano cuidaba cada uno de su trabajo, con la otra empuñaba el arma. Cada uno de los constructores tenía ceñida a la cintura su espada mientras trabajaba. Había un corneta junto a mí para sonar el cuerno. Dije a los notables, a los consejeros y al resto del pueblo: "La obra es importante y extensa, y nosotros estamos diseminados a lo largo de la muralla, lejos unos de otros: corred a reuniros con nosotros al lugar donde oigáis el sonido del cuerno, y nuestro Dios combatirá por nosotros." Así organizábamos el trabajo desde el despuntar del alba hasta que salían las estrellas. Dije también entonces al pueblo: "Todos pasarán la noche en Jerusalén con sus criados, y así haremos guardia de noche y trabajaremos de día." Pero ni yo ni mis hermanos ni mis gentes mi los hombres de guardia que me seguían nos quitábamos la ropa; todos nosotros teníamos el arma en la mano.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La reconstrucción de la muralla de la ciudad encuentra de nuevo una fuerte oposición. ¡Cuántos obstáculos a este esfuerzo de unidad y de convivencia por el que mira Nehemías en Jerusalén! Parece que emerge una envidia hacia quien busca los medios para una convivencia pacífica que unifique en una única comunidad a gentes diferentes. Pero Nehemías no pierde el ánimo, aunque su respuesta quizá choca con nuestra sensibilidad por el lenguaje que usa y por la decisión de recurrir a una defensa armada. La primera respuesta de Nehemías es la oración. En sólo dos versículos (vv. 36-37) tenemos un concentrado de citas de algunos salmos que casi sorprende. La fuerza de la oración está también en la repetición de las oraciones formuladas por otros antes que nosotros. La Biblia está llena de oraciones que retoman otras más antiguas. Hombres y mujeres que nos han precedido nos sugieren las palabras con las que dirigirnos al Señor. ¿No es en el fondo siempre así cuando se abre la Biblia para hacer de ella el libro de nuestra oración? Los salmos son el libro de la oración que judíos y cristianos no cesan de usar. Los mismos personajes retoman oraciones antiguas, como por ejemplo el Magnificat. María retoma el Cántico de Ana con frases presentes en 1 Sam 2 y otras del Antiguo Testamento. La respuesta de Nehemías cita los salmos de súplica, especialmente las partes en que se invoca la destrucción de los enemigos (Sal 35; 58; 59; 69; 109 y 137). Son palabras que expresan un acto de fe en un Dios que puede cambiar radicalmente la suerte de su pueblo contrariamente a cuanto se pueda esperar. En ellas aparece el signo de la fuerza y de la eficacia de la oración: "Haz que su insulto caiga sobre su cabeza. Entrégalos al desprecio en un país de cautividad! No pases por alto (es decir, no perdones) su iniquidad, ni su pecado sea borrado en tu presencia...". Y cuando se pide: "No pases por alto su iniquidad, ni su pecado sea borrado en tu presencia" se retoma una cita de Jeremías. El creyente sabe que Dios no lo abandonará en las manos de los enemigos. Por esto se atreve a dirigirse a él con palabras antiguas que muestran su confianza y la certeza de la victoria contra los que traman el mal, que siempre asedia la vida de los creyentes.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.