ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 7,1-10

Más vale el renombre que óleo perfumado; y el día de la muerte más que el día del nacimiento. Más vale ir a casa de luto
que ir a casa de festín;
porque allí termina todo hombre,
y allí el que vive, reflexiona. Más vale llorar que reír,
pues tras una cara triste hay un corazón feliz. El corazón de los sabios está en la casa de luto,
mientras el corazón de los necios en la casa de
alegría. Más vale oír reproche de sabio,
que oír alabanza de necios. Porque como crepitar de zarzas bajo la olla,
así es el reír del necio:
y también esto es vanidad. El halago atonta al sabio,
y el regalo pervierte el corazón. Más vale el término de una cosa que su comienzo,
más vale el paciente que el soberbio. No te dejes llevar del enojo, pues el enojo reside en el pecho de los necios. No digas: ¿Cómo es que el tiempo pasado fue mejor que el presente? Pues no es de sabios preguntar sobre ello.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

En el capítulo precedente Cohélet ha criticado severamente las "muchas palabras" (6, 11) que no hacen sino aumentar el "soplo de viento" (hebel), el desconcierto y la incertidumbre. Tal vez hacía referencia a la convicción dominante según la cual las acciones buenas producen felicidad y las malas infortunio o, en la versión religiosa, Dios castiga a los malvados y premia a los honestos. Cohélet pone en discusión esta sabiduría que se expresaba a través de algunos proverbios populares. El primero se refiere a la buena fama: "Más vale buena fama que suaves perfumes" (v. 1). Ninguna riqueza iguala la buena reputación. En este sentido es mejor el día de la muerte que el del nacimiento, porque la "buena fama" no se hereda sino que se conquista. El segundo proverbio (v. 2) sostiene que es mejor ir a una casa golpeada por el dolor que a una donde se hace fiesta. Quiere decir que se aprende más de los dolores que de los triunfos. El tercer proverbio (v. 3) afirma que es mejor sufrir que reír; sólo un rostro que sufre posee de verdad un corazón bueno porque el dolor enseña sabiduría. El cuarto proverbio dice que es mejor escuchar el reproche del sabio que la alabanza del necio (v. 5). El sabio comprende que el mundo se encamina hacia la muerte, y puede conocer por tanto la verdad de la vida, mientras que el necio es superficial. Según este proverbio todos somos necios, es decir, optimistas ilusos a los que conviene más el reproche del sabio que los elogios del necio. Todo ello es de veras "vanidad" (v. 6). Estos proverbios no son expresiones de verdadera sabiduría, porque no nacen de quien tienen "corazón", es decir, una mente libre y serena; hablan bajo la pesadumbre de acontecimientos dolorosos, y el dolor distorsiona la capacidad de juicio: "El halago atonta al sabio, y el soborno pervierte su corazón" (v. 7). Quien se ha resignado y ya no espera que sea posible cambiar las cosas llega a decir: "Más vale el final de una cosa que su comienzo" (v. 8a). Cohélet les rebate con un proverbio tradicional: "Más vale longitud que profundidad de la respiración" (v. 8b). La respiración corta es signo de impaciencia, de agitación y angustia; en cambio, la respiración "alta" indica arrogancia, que es una forma de desesperación hacia el presente y el futuro. Cohélet opta por la respiración "larga", que no se fija obsesivamente en el presente indeseable sino que es capaz de una espera humilde y de paciencia. No es sabio por tanto lamentarse y afligirse continuamente por cómo va el mundo, porque "el enojo anida en el pecho de los necios" (v. 9b). El necio llora continuamente por la mala suerte del mundo, no consigue ver más que males y maldad, y desea que todo termine pronto, porque "más vale el final de una cosa que su comienzo" (v. 8a). Cohélet contesta a los nostálgicos del pasado, que -siempre prontos a recriminar sobre el presente- se refugian en el lamento por una edad de oro ya pasada. No es sabio preguntarse si los tiempos antiguos fueron mejores que el presente, refugiándose tal vez en un futuro todavía no presente. El sabio sabe acoger el hoy de la propia existencia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.