ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Vigilia de Pentecostés
Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo

Vigilia de Pentecostés


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 21,20-25

Pedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?» Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?» Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: « No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga.» Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy termina la lectura continuada del Evangelio de Juan que nos ha acompañado en este tiempo de Pascua, con la página conclusiva del cuarto evangelio. El evangelista acaba de señalar que Pedro ha vuelto a seguir a Jesús en las orillas del lago de Galilea. Es un nuevo comienzo para él, y está basado en un amor más consciente y sólido. Pedro ha experimentado la amargura de la traición y la ambigüedad del orgullo. Ahora comprende mejor el amor que Jesús le profesa. A pesar de haberlo traicionado, Jesús lo acoger de nuevo entre sus seguidores, pero esta vez añade que su futuro estará marcado por asperezas y dificultades. Y en esta ocasión Pedro no pone ninguna dificultad, no se echa atrás ni se deja llevar por un orgullo estúpido. Tan solo se vuelve y ve a Juan. Le pregunta entonces a Jesús -tal vez por un instinto de compañía o incluso de curiosidad- si a Juan le ocurrirá lo mismo. Jesús no responde directamente a la pregunta de Pedro, y le dice que lo que cuenta es seguirlo. Sólo en el seguimiento del Evangelio madura la verdadera preocupación por los demás. ¡Cuántas veces nos dejamos llevar por la curiosidad y la envidia, dejando de lado la verdadera preocupación por los demás, que requiere amor y una gran compasión! Sólo estando junto a Jesús y alimentándonos de su palabra podemos crecer en el amor apasionado por los demás. El mismo Juan ha corregido tal vez el rumor que se había difundido de que no moriría. Y después añade un nuevo epílogo a su Evangelio: "Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran". Podríamos comentar estas últimas palabras diciendo que el Evangelio espera a ser escrito por nosotros con nuestra vida y nuestro testimonio de amor. Sí, también a nosotros, como a Pedro, Jesús nos repite: "Tú, sígueme".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.