ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 15,21-28

Saliendo de allí Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada.» Pero él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: «Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros.» Respondió él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.» Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!» El respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.» «Sí, Señor - repuso ella -, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.» Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.» Y desde aquel momento quedó curada su hija.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, escribe Mateo, desde la región de Galilea "se retiró" hacia la región de Tiro y de Sidón (el actual Líbano), antiguas ciudades fenicias, marineras y mercantiles, ricas y prósperas, pero también marcadas por egoísmos e injusticias sobre todo hacia los pobres. No es casualidad, pues, que los profetas del Antiguo Testamento emitieran diversos oráculos de infortunio para dichas ciudades. Jesús va hacia aquella región y en seguida se presenta una mujer "cananea". Es una pagana. Sin duda alguna ha oído hablar muy bien de Jesús y no quiere perder la ocasión de obtener una intervención prodigiosa en favor de su hija. Al llegar frente a Jesús le implora ayuda para su hija "endemoniada". A pesar de que Jesús no le hace caso, ella no deja de gritar pidiendo ayuda. Su insistencia provoca la intervención de los discípulos. De manera análoga al episodio de la multiplicación de los panes, los discípulos querrían que Jesús la echara: "Despídela", le sugieren. Pero Jesús contesta diciendo que su misión se limita a Israel. Aquella mujer, que no se resigna por nada, ruega por segunda vez y con palabras esenciales pero graves como el drama de su hija: "¡Señor, socórreme!". Y Jesús contesta con una inaudita dureza: "No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos". Con el apelativo de "perros", en la tradición bíblica, tomada de los textos judíos, se hace referencia a los adversarios, a los pecadores y a los pueblos paganos idólatras. Pero la mujer aprovecha literalmente la expresión de Jesús y le dice (así podríamos traducir la frase): "Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos". También los perros, los excluidos, se contentan con las migajas si se las dan. Esta mujer pagana osa oponer resistencia a Jesús; en un cierto modo empieza una lucha con él. Se podría decir que su confianza en aquel profeta es más grande que la resistencia del mismo profeta. Y por eso Jesús responde finalmente con una expresión inusitada en los evangelios: esto es una "gran fe", y no "poca fe". El mismo elogio hizo Jesús al centurión, y ambos eran paganos. Una vez más el Evangelio nos propone la esencialidad de la confianza en Dios que libra de la angustia de confiar sólo en uno mismo y en los hombres. La fe de esta mujer convenció a Jesús para que realizara la curación. Escribe el evangelista: "Entonces Jesús le respondió: ‘Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas’. Y desde aquel momento quedó curada su hija". Ante una fe como esta ni siquiera Dios puede resistirse.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.