ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 13,1-10

Y vi surgir del mar una Bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas, y en sus cuernos diez diademas, y en sus cabezas títulos blasfemos. La Bestia que vi se parecía a un leopardo, con las patas como de oso, y las fauces como fauces de león : y el Dragón le dio su poder y su trono y gran poderío. Una de sus cabezas parecía herida de muerte, pero su llaga mortal se le curó; entonces la tierra entera siguió maravillada a la Bestia. Y se postraron ante el Dragón, porque había dado el poderío a la Bestia , y se postraron ante la Bestia diciendo: «¿Quién como la Bestia? ¿Y quién puede luchar contra ella?» Le fue dada una boca que profería grandezas y blasfemias, y se le dio poder de actuar durante 42 meses; y ella abrió su boca para blasfemar contra Dios: para blasfemar de su nombre y de su morada y de los que moran en el cielo. Se le concedió hacer la guerra a los santos y vencerlos; se le concedió poderío sobre toda raza, pueblo, lengua y nación. Y la adorarán todos los habitantes de la tierra cuyo nombre no está inscrito, desde la creación del mundo, en el libro de la vida del Cordero degollado. El que tenga oídos, oiga. «El que a la cárcel, a la cárcel ha de ir; el que ha de morir a espada, a espada ha de morir». Aquí se requiere la paciencia y la fe de los santos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si hasta ahora el dragón había encabezado personalmente la batalla, ahora se sirve de dos Bestias, una marina y otra terrestre. La primera Bestia emerge de las olas del mar, el seno oscuro del mal, según la ya conocida concepción del antiguo Oriente próximo (Sal 74, 13). Juan la describe siguiendo el modelo de las cuatro bestias descritas en el libro de Daniel (cap. 7), su fuente principal. Las fieras designaban los reinos de este mundo, considerados como emanaciones del mal. El apóstol, en su visión de la Bestia con diez cuernos, con siete cabezas y siete diademas como el dragón anteriormente descrito (12, 3), tiene en mente al Imperio romano que perseguía a los cristianos. Pero en la Bestia se acumulan todos los poderes absolutos y totalitarios que dominan a los hombres y los oprimen. Todos esos poderes son blasfemos, pues aquel que oprime al hombre está siempre contra Dios; y quien lo humilla y lo destruye blasfema contra el Señor. La Bestia -indica Juan- obedece al dragón, es decir, al mismo Satanás, de quien recibe el poder. Debemos tomar en serio al Mal; no tenemos que abandonarnos al sueño o a la pereza, y sobre todo, no debemos dejarnos seducir por la fascinación perversa del mal. Por desgracia muchos se dejan atraer y esclavizar por el Mal. Por eso en el mundo siguen multiplicándose los conflictos y las masacres. El Mal sigue trabajando para ampliar su poder en el corazón y en la mente de los hombres y de los pueblos. A través de dichos siervos continúa su obra de destrucción. Y aunque esté herido de muerte -como le pasa a una cabeza de la Bestia-, se cura e incluso aumenta su ferocidad contra los creyentes (probablemente Juan tiene presente a Nerón que, según una leyenda, había resucitado). Su fuerza se esparce por doquier y afecta a culturas y nacionalidades, personas y sociedades (retorna aquí el conocido esquema cuadriforme de la humanidad dividida en "razas, pueblos, lenguas y naciones", v. 7). La Bestia, orgullosa de su potencia, se considera el anti-Dios por excelencia. Pero todo cuanto hace es fruto del permiso divino ("se le concedió", v. 7). Sí, hasta el mal entra en el misterioso diseño de Dios. A pesar de todo, el poder de la Bestia es limitado: tiene una frontera infranqueable representada por la conocida fracción de los cuarenta y dos meses (v. 5), equivalentes a los mil doscientos sesenta días y a los tres años y medio que hemos encontrado a lo largo del texto (11,2; 11,3; 12,6; 12,14).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.