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Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Para los musulmanes es la fiesta del sacrificio (Aid al-Adha)
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas

Para los musulmanes es la fiesta del sacrificio (Aid al-Adha)


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 18,1-8

Después de esto vi bajar del cielo a otro Ángel, que tenía gran poder, y la tierra quedó iluminada con su resplandor. Gritó con potente voz diciendo: «¡Cayó, cayó la Gran Babilonia! Se ha convertido en morada de demonios, en guarida de toda clase de espíritus inmundos, en guarida de toda clase de aves inmundas y detestables. Porque del vino de sus prostituciones han bebido todas las naciones, y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido con su lujo desenfrenado.» Luego oí otra voz que decía desde el cielo: «Salid de ella, pueblo mío, no sea que os hagáis cómplices de sus pecados y os alcancen sus plagas. Porque sus pecados se han amontonado hasta el cielo y Dios se ha acordado de sus iniquidades. Dadle como ella ha dado, dobladle la medida conforme a sus obras, en la copa que ella preparó preparadle el doble. En proporción a su jactancia y a su lujo, dadle tormentos y llantos. Pues dice en su corazón: Estoy sentada como reina, y no soy viuda y no he de conocer el llanto... Por eso, en un solo día llegarán sus plagas: peste, llanto y hambre, y será consumida por el fuego. Porque poderoso es el Señor Dios que la ha condenado.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan ve bajar del cielo a otro ángel que anuncia el fin de Babilonia: "¡Cayó, cayó la gran Babilonia!". Y se explica el motivo claramente: se ha convertido en "morada de demonios, en guarida de toda clase de espíritus inmundos, en guarida de toda clase de aves inmundas y detestables". El suyo había sido un pecado de orgullo: había desafiado a Dios. El profeta Isaías refiere estas palabras del rey de Babilonia: "Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono" (Is 14, 13). Babilonia estaba convencida de su fuerza y de su situación: "Estoy sentada como reina, y no soy viuda y no he de conocer el llanto…" (v. 7). Pero vuelve a la mente el lamento de Isaías por Babilonia: "Tú que te sientas en seguro y te dices en tu corazón: ‘¡Yo, y nadie más! No seré viuda, ni sabré lo que es carecer de hijos" (47, 8). Podemos asociar a estas páginas otras palabras evangélicas, como las del rico que celebraba fantásticas fiestas o la del rico que guarda bienes hasta ampliar sus graneros, que no piensan en el pobre Lázaro o en quien necesita ayuda. La ruina llega de manera imprevista y de manera devastadora. Juan a menudo la describe con una serie de imágenes y de tramas políticas y comerciales que muestran la profundidad del mal y el increíble número de cómplices que busca. Frente a esa perversión los creyentes son exhortados a abandonar la ciudad. No se trata de abandonar físicamente la ciudad, sino más bien de abandonar su cultura, sus métodos, sus halagos, su violencia, su orgullo: "Salid de ella, pueblo mío, no sea que os hagáis cómplices de sus pecados y os alcancen sus plagas. Porque sus pecados se han amontonado hasta el cielo y Dios se ha acordado de sus iniquidades" (v. 4). Los discípulos de Jesús saben que no son del mundo, aunque comparten sus esperanzas y sus angustias. La voz que sale del trono exhorta a los creyentes a castigar a la ciudad malvada según la ley del talión: "dobladle la medida conforme a sus obras", y a hacerle engullir "el doble" de veneno (vv. 6-7). Es la afirmación de la participación de los creyentes en el juicio de Dios, como imponía también Jeremías a Babilonia: "Esta es la venganza del Señor. Tomad venganza de ella: tal cual hizo, haced con ella… ... Pagadle lo que vale su trabajo. Tal cual hizo, haced con ella" (50,15.29). Ahora Juan parece implícitamente repetir a la Babilonia imperial la advertencia de Ezequiel al príncipe de Tiro: "¿Podrás decir aún: ‘Soy un dios’, ante tus verdugos? Pero serás un hombre, que no un dios, entre las manos de los que te traspasen" (Ez 28, 9). Y entonces, se abaten sobre Babilonia las cuatro plagas: la muerte, la aflicción, el hambre y el fuego (v. 8). Lo que le espera es la muerte y el luto que la hacen viuda de sus habitantes. Dios no es indiferente para siempre frente a la provocación blasfema del poder soberbio y violento. Por eso los creyentes nunca deben ser cómplices de la violencia y de la injusticia que se practican en la ciudad. Ellos están llamados a ser siempre lugares de paz, de misericordia y de amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.