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Vigilia del domingo
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Vigilia del domingo

Recuerdo de san Juan Damasceno, sacerdote y doctor de la Iglesia, que vivió en Damasco en el siglo VIII. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo

Recuerdo de san Juan Damasceno, sacerdote y doctor de la Iglesia, que vivió en Damasco en el siglo VIII.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 9,35-10,1.6-8

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando todo enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.» Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje evangélico nos muestra a Jesús que sigue recorriendo las ciudades y las aldeas "proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia". Con esta nota el evangelista quiere sintetizar la misión de Jesús y por tanto ofrecer también a las comunidades cristianas una visión clara de su misión en el seguimiento del Maestro. No por casualidad Mateo advierte que Jesús "al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor". Sí, de la compasión por estas muchedumbres, cansadas y abatidas, es de donde nace la llamada de los discípulos y la consigna de la misión evangélica. La conmoción de Dios hacia las multitudes de este mundo debe manifestarse también hoy a través de la Iglesia y de cada discípulo. Esta página evangélica sigue interrogando a las comunidades cristianas sobre su compasión hacia las multitudes de este mundo, hacia los pobres, los ancianos, los enfermos, los presos, los gitanos, los inmigrantes y prófugos. Es un número ilimitado de personas. Por esto exhorta a sus discípulos -también hoy- a invocar al Padre para que mande al mundo obreros de misericordia: "La mies es mucha y los obreros pocos". Él mismo escoge a doce entre los discípulos, tantos como las tribus de Israel. El grupo de los llamados es heterogéneo. De hecho, en la comunidad cristiana no cuentan ni el origen ni la pertenencia, ni la cultura ni la raza, solo la adhesión a la llamada de Jesús. En efecto, los Doce son reconocidos por los demás como los que están con el Nazareno. Desde aquel momento se convierten en testigos del Evangelio y partícipes del sueño de Dios de realizar una fraternidad universal entre todos los pueblos. Por esto reciben el poder de cambiar los corazones, de derrotar al mal, de reunir a los débiles, de amar a los desesperados, de apresurar el Reino del amor. Es un poder real que no viene del dinero, de las bolsas, de las túnicas o de las cosas de la tierra, sino del amor sin límites que Dios ha derramado en sus corazones. Y Jesús añade: "Gratis lo recibisteis; dadlo gratis". Es un mandamiento tan extraordinario como opuesto a la mentalidad mercantil que envuelve a los hombres también hoy. Los cristianos están llamados a volver a descubrir y a testimoniar la gratuidad del don, que es parte esencial del amor evangélico. Esta primera misión que Mateo nos describe es emblemática para toda generación cristiana: no hay otro camino para los discípulos de Jesús. También nosotros estamos llamados a vivir literalmente la pasión por los débiles que esta página evangélica nos comunica.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.