ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 21,28-32

«Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: "Hijo, vete hoy a trabajar en la viña." Y él respondió: "No quiero", pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: "Voy, Señor", y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La parábola que hemos escuchado es propia de Mateo. Inmediatamente después de la pregunta sobre la autoridad que le dirigieron los sumos sacerdotes, el Señor pronuncia la parábola del padre que manda a dos hijos a trabajar en la viña. El primero dice "No", pero después va, mientras que el segundo hace exactamente lo contrario. Y Jesús concluye que, obviamente, es el primero y no el segundo quien cumple la voluntad del padre. En efecto, el primero había respondido no, pero se arrepiente y por tanto va a la viña. Quién sabe, quizá le volvió a la mente el rostro del padre dolorido por la estupidez de su respuesta, o bien se ha percatado del estado deplorable en que ha quedado la viña. En definitiva, se arrepiente y va. El arrepentimiento -en la Biblia se subraya muchas veces- cancela un gran número de pecados. No es un mal no tener ganas; es mal seguir diciendo "no", no es malo sentir el empuje del propio egocentrismo; es malo dejarse dominar por él. Esta parábola evangélica pone de relieve la contraposición entre el "decir" y el "hacer" que muchas veces caracteriza nuestra vida. En efecto, no es una contraposición que divida a los hombres entre sí, como si por una parte estuvieran los que hacen y por otra los que hablan. En verdad, las palabras del Evangelio nos empujan a mirar dentro del corazón y dentro de la vida de cada uno de nosotros. Si lo hacemos veremos de inmediato que esta parábola nos divide por dentro, es decir, se refiere a la vida de cada uno de nosotros. ¿Cuántas veces la gastamos solo en palabras? ¿Cuántas veces nos llenamos la boca de "sabiduría", pero nuestras jornadas están vacías de amor? El Señor nos recuerda que cuentan los comportamientos, es decir, el amor, la misericordia, la amistad, la solidaridad. Lo dijo ya en otra ocasión: "No todo el que me diga: `Señor, Señor', entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21). La fe no es pronunciar fórmulas correctas doctrinalmente, sino más bien poner en práctica el Evangelio del amor, y con todos, también con los enemigos. Hoy el mundo no necesita tantas palabras sino hombres y mujeres que sepan mostrar con su vida la verdad y la belleza del Evangelio del amor. Jesús ha sido el primero en hacerlo: deja el cielo y viene sobre la tierra, como un niño, fuerte solo del amor del Padre.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.