ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 4,26-34

También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega.» Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.» Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El evangelista Marcos nos refiere dos parábolas de Jesús. La primera es la de la semilla que crece por sí sola: es la imagen de la Palabra de Dios, que una vez sembrada tiene una fuerza propia que no de depende de nosotros. En efecto, cada vez que se comunica el Evangelio y llega al corazón, tarde o temprano da fruto. Por su parte el profeta Isaías decía: "Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar... así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié" (Is 55, 10-11). Ciertamente el problema es comunicarla, y esta es la gran responsabilidad que le ha sido confiada a la Iglesia y a todo creyente. Hay una gran sed del Evangelio entre la gente, y a menudo permanecemos en silencio, tal vez porque pensamos que hay cosas más fuertes y robustas que el Evangelio. Y es un gravísimo error: la fuerza del Evangelio no se puede medir según nuestras medidas humanas. La Palabra de Dios, de hecho, es como una semilla, incluso la más pequeña de las semillas. Jesús parece insistir sobre la debilidad del Evangelio. Pues, ¿qué hay más débil que el pequeño libro del Evangelio? Es solo una palabra, puede no ser escuchada, olvidada, alejada, incluso escarnecida. Y sin embargo es un tesoro precioso, el único tesoro verdadero que tienen los discípulos, y la única fuerza verdadera para cambiar los corazones de los hombres. Si el Evangelio es acogido en el corazón y cuidado atentamente desencadena una increíble fuerza de cambio. No solo cambia el corazón de quien lo escucha sino que extiende su influjo mucho más allá: "Echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra". El Evangelio es la fuerza de los discípulos, la fuerza de las comunidades cristianas, ya sean pequeñas o grandes; la única cosa que se les pide a los discípulos es la de dejarse llevar por la energía de esta pequeña semilla.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.