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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Recuerdo de Modesta, vagabunda abandonada a la muerte en la estación Termini de Roma; no recibió asistencia de urgencia porque estaba sucia. Con ella recordamos a todos las personas sin hogar que han muerto. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres

Recuerdo de Modesta, vagabunda abandonada a la muerte en la estación Termini de Roma; no recibió asistencia de urgencia porque estaba sucia. Con ella recordamos a todos las personas sin hogar que han muerto.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 5,1-20

Y llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.» Es que él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre.» Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos.» Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región. Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos.» Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara - unos 2.0000 se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término. Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti.» El se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La página evangélica de hoy muestra la barca de los discípulos que "llega al otro lado del mar" tras una difícil travesía. En este momento Jesús y los suyos se encuentran en territorio pagano, cerca de la ciudad de Gerasa, que se encuentra a cierta distancia del lugar donde desembarcan. Es la primera vez que Jesús traspasa los límites en los que hasta ahora había operado. Mientras en nuestros días resurgen muchas fronteras, nacionales y étnicas, el Evangelio vuelve a hablarnos de universalidad. Las fronteras, de hecho, antes que estar escritas fuera de nosotros, están fijadas en nuestra mente; somos nosotros los que decidimos dónde levantar barreras entre una parte y la otra, entre unos pueblos y otros. Es por tanto en nuestro interior donde deben ser abolidas las fronteras, y sobre todo donde debe instaurarse una visión universal. Desde el principio Jesús vive y manifiesta esta sensibilidad universal a los discípulos. En la tierra de los gerasenos había tumbas excavadas en la roca; de una de ellas sale un endemoniado que la había convertido en su vivienda. Al ver aquel grupo de personas se acerca. La soledad de este hombre obligado a vivir en una cueva es un símbolo de tantas distancias que se crean entre los hombres y que los separan unos de otros, sobre todo en las grandes megalópolis contemporáneas. ¡Cuántos niños en las periferias de estas ciudades son arrastrados por los demonios de la violencia! Ellos, como el hombre endemoniado, están a merced de una legión de demonios, y se ven obligados a vivir como entre los sepulcros, es decir, muertos a la vida incluso antes de haberla vivido. La violencia que a veces dirigen contra los demás la han dirigido ya antes contra sí mismos, como el desventurado del que habla el Evangelio. La soledad se convierte en una especie de cueva que engulle y no permite ver más allá de uno mismo, y mucho menos contemplar un futuro de paz y de serenidad. Jesús desembarca en esta orilla, igual que desembarca en la orilla de las periferias de nuestras grandes ciudades. Es la experiencia de las comunidades cristianas que viven dando testimonio del Evangelio del amor en lugar a veces dramáticos como este. Entonces este hombre, que los representa a todos, corre hacia Jesús y grita una blasfemia que tiene sin embargo el sabor de una oración indirecta. Jesús lo acoge, lo llama y lo libera de la esclavitud de una legión de demonios. El notable número de "espíritus inmundos" que posee a este hombre viene a significar las múltiples esclavitudes que atormentan a los hombres de nuestro mundo. Pensemos sobre todo en los más jóvenes. Este endemoniado de Gerasa, despreciado y apartado por todos menos Jesús, es liberado. Los espíritus inmundos, barridos por el amor, se precipitan ruinosamente en el mar. Liberado por fin, también este hombre, aunque no forme parte del grupo de discípulos que sigue a Jesús, recibe la maravillosa tarea de anunciar el Evangelio y la misericordia de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.