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Vigilia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo

Aniversario de la muerte de Juan Pablo II


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Lucas 18,9-14

Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias." En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

La página evangélica nos refiere una parábola que Jesús dirigió a los discípulos sobre el modo de rezar. En otras ocasiones Jesús ha enseñado a los suyos sobre la perseverancia en la oración y en la fe que deben tener cuando se dirigen a Dios. Con esta parábola hace hincapié en lo indispensable de la humildad en la oración. Es una enseñanza muy oportuna porque nos es fácil presentarnos ante el Señor con la actitud de ese fariseo que presume de ser justo y que confía solo en sí mismo. Es más difícil considerarse pecador y necesitado de perdón y de misericordia. Jesús nos advierte que el orgullo y la presunción desmienten de raíz la fe en Dios, y empujan además a ser malvados y duros con los demás. El fariseo sube al templo no para pedir ayuda o para invocar misericordia, sino para elogiarse ante Dios y por tanto reivindicar sus derechos. Se siente acreedor del Señor, y pretende recibir lo que le corresponde. Al contrario que él, el publicano -a pesar de su posición acomodada y de ser respetado además de temido- se siente necesitado de auxilio y de misericordia. Por ello sube al templo con las manos vacías, no para exigir derechos sino para pedir ayuda; podríamos decir que va al templo como un mendigo de perdón. Jesús nos dice con claridad que él es perdonado porque no confía en sí mismo, en sus obras, sus bienes o su reputación, sino solo en Dios, mientras que el fariseo, lleno de sí mismo y satisfecho de sus obras se vuelve con las manos vacías. Es de nuevo la paradoja evangélica: el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado. Así está escrito en el salmo: "El pobre busca al Señor". Imitemos a ese publicano y continuemos presentándonos al Señor reconociendo que somos siempre pecadores, y por ello invoquemos de Él ayuda y perdón.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.