ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 13,44-46

«El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.» «También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio que se nos ha anunciado es una insistente invitación a acoger en nuestro corazón el misterio del Reino de los Cielos. Las dos parábolas ponen de relieve la decisión del campesino, primero, y del mercader, después, de vender todo lo que tienen para apostarlo todo al tesoro que han descubierto. En la primera se habla de un campesino que casualmente lo encuentra en el campo en el que está trabajando. Como el campo no es suyo, debe comprarlo si quiere quedarse con el tesoro. De ahí la decisión de arriesgar todos sus bienes para no perder aquella ocasión realmente excepcional. El protagonista de la segunda parábola es un rico mercader de joyas que, como experto conocedor, ha detectado en el bazar una perla de raro valor. También él decide apostarlo todo por aquella perla, hasta el punto de que vende las demás. Ante estos descubrimientos, en ambos casos inesperados, la decisión es clara y firme. Sin duda se trata de vender todo lo que se tiene, porque la compra no tiene parangón. Hace falta una inteligencia y una astucia mercantil no indiferente, tal como indica la rápida consecución de los actos de ambos compradores: ambos encuentran, mantienen en secreto, venden y compran. Y sobre todo, manifiestan un interés tan grande por aquel descubrimiento que se lo juegan todo. Lo que venden es poco en comparación a lo que compran. El "Reino de los Cielos" vale ese afán y la venta de cosas menos preciosas. El mensaje evangélico es clarísimo: no hay nada que valga tanto como el Reino de Dios, por el que vale la pena dejarlo todo. Es una decisión ante todo inteligente. ¡Cuántas veces estamos dispuestos a venderlo todo, incluso el alma, para poseer lo que nos interesa y, además, vale poco la pena! El problema es si realmente nos interesa el Señor y su amistad, y si somos capaces de comprender la alegría y la plenitud de vida que se nos presenta "inesperadamente", como les pasó a aquel campesino y a aquel mercader que hoy nos indican eficazmente el camino que debemos seguir.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.