ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XXII del tiempo ordinario
Recuerdo de san Agustín (354-430), obispo de Hipona (hoy en Argelia) y doctor de la Iglesia.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Homilía

El Evangelio que escuchamos este domingo nos coge en un momento en el que la mayoría de nosotros vive momentos de reposo. Un reposo sin duda necesario para poder reanudar con mayor vigor la vida de cada día. Para Jesús, en cambio, empezaba una fase decisiva que requería una orientación nueva y clara: "Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén", escribe Mateo. Es el primer anuncio de la pasión, de su derrota hasta la muerte, aunque también anuncia la resurrección. Pero los discípulos, como pasa a menudo, seleccionan las palabras del maestro y escuchan lo que quieren escuchar. Pedro se arma de orgullo y reprende a su maestro. Sin duda es sincero, pero la sinceridad no basta, del mismo modo que no basta la simple buena conciencia. El amor, el amor del Señor, va mucho más allá. Es un amor radical, total. Pero Pedro no lo entiende. Son ciertas también para los apóstoles las palabras del Señor: "No son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos" (Is 55, 8). No es natural ni espontáneo seguir al Señor Jesús; hace falta abrir el corazón y la mente a sus palabras, a su vida, a sus sentimientos. Pero Jesús no podía abandonar su camino, y mientras hablaba con Pedro se volvió, escribe Mateo, dejó de mirar a Pedro en los ojos, como lo mirará la noche de la traición, le dio la espalda, casi como si quisiera hacer visible la distancia que había entre ellos, y lo reprendió: "¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí!". Al inicio de la vida pública en el desierto, Satanás tuvo la misma intención que Pedro: alejar a Jesús de su camino, de la obediencia al Padre. Ese es el camino de los discípulos, el único, sin alternativas. Jesús lo dijo abiertamente a todos: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame". Son palabras que suenan duras a nuestros oídos, pero son las únicas que pueden librarnos de la cárcel de nuestras tradiciones, de nuestras costumbres, de nuestras perezas. Esas palabras del Señor no son una exhortación al sacrificio y al sufrimiento. Son comprensibles solo si seguimos a Jesús, si vivimos nuestra pasión por él. Tal como escribe el profeta Jeremías: "Me has seducido, Señor, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido". La seducción es la base de las palabras que Jesús dirige a los discípulos. Aquel que es seducido sale de sí mismo para entregarse por completo al amado, vive para él, trabaja para él, piensa en él. Por amor se hacen sacrificios hasta lo inverosímil. Eso es seguir el Evangelio. Si miramos nuestra fe debemos reconocer que a menudo es anodina, pobre, sin sabor. Por eso no nos provoca alegría, y por ese sinsabor no puede ser atractiva para quien no cree. De todos modos, ese es el camino de la salvación. Un camino muy distinto del camino que sigue el mundo, en el que cada uno intenta salvarse a sí mismo a cualquier coste y sin preocuparse por los demás. Por eso Jesús insiste: "Quien quiera salvar su vida, la perderá". Sí, quien quiera salvarse solo, se perderá. No degustará la felicidad de la amistad y de la fraternidad. Tal vez podrá ganar el mundo entero, pero estará insatisfecho. La felicidad no radica en tener sino en ser hombres y mujeres que renuevan su corazón y su mente escuchando el Evangelio. ¿Cómo se pierde el alma? Convirtiéndose en esclavo de uno mismo y de las cosas de uno, subyugándose a la sed de ganar y a la vorágine del consumo. Muchas veces sacrificamos en estos altares fatuos nuestros días y nuestro futuro sin poder degustar la vida, y de ese modo, en realidad, la sacrificamos. Por eso debemos escuchar con atención lo que nos recuerda Pablo: "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto". Mucha gente reanudará dentro de pocos días su ritmo normal de vida. Las palabras evangélicas son exigentes. En ellas está toda la ambición de Jesús de seducirnos para que degustemos con plenitud su vida y su amor. Nuestros días serán distintos, porque estarán llenos de amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.