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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Recuerdo de la muerte de Gandhi. Con él recordamos a todos los que, en nombre de la no-violencia, trabajan por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 30 de enero

Recuerdo de la muerte de Gandhi. Con él recordamos a todos los que, en nombre de la no-violencia, trabajan por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 11,1-19

Abominación de Yahveh la balanza falsa,
pero el peso justo gana su favor. Detrás de la insolencia viene el insulto;
mas con los modosos está la sabiduría. A los rectos su integridad les guía;
a los pérfidos les arruina su perversidad. Nada servirán riquezas el día de la ira,
mas la justicia libra de la muerte. A los íntegros su justicia les allana el camino,
pero el malo cae en su malicia. A los rectos les salva su justicia,
los pérfidos en su codicia son atrapados. En la muerte del malo se esfuma su esperanza,
la confianza en las riquezas se desvanece. El justo es librado de la angustia,
y el malo viene a ocupar su lugar. Con la boca el impío pierde a su vecino,
por la ciencia se libran los justos. Con el bien de los justos la ciudad se regocija,
con la perdición de los malos grita de alegría. Con la bendición de los rectos, se levanta la ciudad;
la boca de los malos la destruye. Quien desprecia a su vecino es un insensato;
el hombre discreto se calla. El que anda calumniando descubre secretos,
el de espíritu leal oculta las cosas. Donde no hay buen gobierno, el pueblo se hunde;
abundancia de consejeros, trae salvación. El mal se busca quien avala al desconocido,
quien no es amigo de chocar la mano está seguro. Mujer graciosa consigue honor,
y los audaces consiguen la riqueza. A sí mismo se beneficia el que es compasivo,
a sí mismo se perjudica el hombre cruel. El malo consigue un jornal falso;
el que siembra justicia, un salario verdadero. Al que establece justicia, la vida,
al que obra el mal, la muerte.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La justicia parece el aspecto preponderante también de este capítulo, como lo será de los capítulos sucesivos. Para la Biblia es justo quien sigue los caminos de Dios, quien escucha su palabra, se atiene a los mandamientos y ama al prójimo haciendo el bien. Ser justos es una forma de vivir en amistad con el Señor, no tanto y no sólo la situación de quien observa la ley escrupulosamente. Humildad, rectitud, justicia, sinceridad, fidelidad, bondad, son las formas de vivir del justo. En la primera parte del texto se reflexiona sobre la riqueza. Esta no vale nada ante el juicio divino, es más, en el deseo desmedido de bienes uno acaba enredado. Por esto se necesitan honestidad y justicia. El texto no hace un discurso maniqueo contra la riqueza, porque ella es fruto de la bendición divina. Pero la riqueza sólo en propio beneficio corre el riesgo de dominar al hombre hasta hacerlo injusto y deshonesto. No es difícil constatar lo verdadera que es esta advertencia también en nuestra sociedad. Pero si la riqueza se une a la justicia ésta puede hacer bien a la colectividad: "Con la felicidad de los justos se alegra la ciudad ... La bendición de los íntegros engrandece a la ciudad, la boca de los malvados la arruina". No se tiene la suficiente conciencia de cuánto mal puede hacer una riqueza utilizada sólo para sí y no puesta al beneficio de los demás, sobre todo de los pobres. La parábola del rico y del pobre Lázaro que Jesús cuenta es suficiente para explicar lo que leemos en este pasaje. El texto se detiene también en la necesidad de tener una guía: "Donde hay desgobierno, el pueblo se hunde, abundancia de consejeros trae la salvación". Sabemos bien lo que significa en la vida personal y colectiva no tener una guía, alguien que te ayude a orientarte en las decisiones y persiga el bien común. Muchas veces en la vida difícil de hoy es fácil preguntarse por qué ser buenos, honestos, practicar la justicia, buscar el interés de los demás, cuando es fácil ver tanto egoísmo de quien acumula sólo para sí. Nuestro pasaje nos da una respuesta simple pero significativa: "Quien es compasivo se hace bien a sí mismo, el despiadado destruye su propia carne". Se podría decir que si de verdad te quieres hacer bien debes ser bueno, porque quien es cruel y malvado acaba atormentándose a sí mismo hasta destruirse.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.