ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 3 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 13,1-25

El hijo sabio atiende a la instrucción de su padre,
el arrogante no escucha la reprensión. Con el fruto de su boca, come el hombre lo que es bueno,
pero el alma de los pérfidos se nutre de violencia. Quien vigila su boca, guarda su vida;
quien abre sus labios, busca su ruina. Tiene hambre el perezoso, mas no se cumple su deseo;
el deseo de los diligentes queda satisfecho. El justo odia la palabra mentirosa,
pero el malo infama y deshonra. La justicia guarda al íntegro en su camino,
mas la maldad arruina al pecador. Hay quien se hace el rico y nada tiene,
hay quien se hace el pobre y tiene gran fortuna. El precio de la vida de un hombre es su riqueza;
pero el pobre no hace caso a la amenaza. La luz de los justos alegremente luce,
la lámpara de los malos se apaga. La insolencia sólo disputas proporciona;
con los que admiten consejos está la sabiduría. Fortuna rápida, vendrá a menos,
quien junta poco a poco, irá en aumento. Espera prolongada enferma el corazón;
árbol de vida es el deseo cumplido. Quien desprecia la palabra se perderá,
quien respeta el mandato se salvará. La lección del sabio es fuente de vida,
para sortear las trampas de la muerte. Una gran prudencia alcanza favor,
el camino de los pérfidos no tiene fin, Todo hombre cauto obra con conocimiento,
el tonto ostenta su necedad. Mensajero perverso cae en desgracia,
mensajero leal trae la curación. Miseria e ignominia al que rechaza la instrucción,
gloria al que acepta la reprensión. Deseo cumplido, dulzura para el alma,
los necios detestan abandonar el mal. El que anda con los sabios será sabio;
quien frecuenta los necios se hará malo. A los pecadores los persigue la desgracia,
los justos son colmados de dicha. El hombre de bien deja herencia a los hijos de sus hijos,
al justo se reserva la riqueza del pecador. Las roturas de los pobres dan mucho de comer;
pero hay perdición cuando falta justicia. Quien escatima la vara, odia a su hijo,
quien le tiene amor, le castiga. Come el justo y queda satisfecho,
pero el vientre de los malos pasa necesidad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nos encontramos todavía ante una serie de Proverbios que carecen de nexo entre sí. Al comienzo y al final vuelve el tema de la corrección: "El hijo sabio acepta la corrección paterna, el arrogante no hace caso a reprimendas... Quien no usa la vara no quiere a su hijo; quien lo ama se apresura a corregirlo". Aparte de la vara, que es mejor no usar, hoy no es frecuente la corrección y esto es un mal para todos, para los pequeños que crecen sin una guía segura y a merced de sí mismos y de los mensajes que reciben de otros lados, y para los grandes que se molestan por todo tipo de observación que se ose hacerles. Tan seguros como individualistas y egoístas. A veces también nosotros, en nuestras realidades y comunidades, aceptamos la lógica mundana del falso respeto que impide hacer cualquier tipo de observación al prójimo, en nombre de una idea equivocada de libertad que muchas veces es hija del amor excesivo por uno mismo. La Biblia puede parecer anticuada en esto, pero en verdad contiene una gran sabiduría que ayudaría a convivir de forma más humana y civilizada, aceptando tener padres y madres que se empeñan en hacer crecer a los hijos y no en dejarles a merced de sí mismos. La Iglesia puede ser verdaderamente un lugar en el que se expresa una maternidad larga, que acoge, comprende y corrige. Otro tema que afronta el capítulo se refiere una vez más a la importancia de la palabra. En efecto, la corrección está hecha de palabras. Es necesario saber usar la palabra, no hablar sin parar, no decir falsedades o cotilleos, porque "El justo aborrece la palabra engañosa". "La insolencia sólo provoca peleas, la sabiduría acompaña a los que aceptan consejo". Insolencia y sabiduría se oponen: es mejor aceptar los consejos que enfurecerse por las observaciones que se nos hacen. Pero la insolencia es una buena parte de la sociedad en que vivimos. Por esto asistimos a continuos enfrentamientos, a continuos episodios de violencia a los que nos acostumbramos como si fueran normales. Pequeñas y grandes violencias nacen en los corazones, crecen en las discusiones y los enfrentamientos, acaban en gestos que no se consigue controlar. Nunca hay que despreciar la palabra, porque ella tiene una fuerza para el bien y para el mal. "El hombre prudente actúa con conocimiento, el necio esparce necedad": reflexionar para hablar y actuar por el bien evita que el instinto nos empuje hacia el mal. Todos necesitamos más sabiduría que se adquiere en la meditación de la Palabra de Dios y en la oración, que dan paz al corazón.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.