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Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de santa Escolástica (ca. 480 - ca. 547), hermana de san Benito. Con ella recordamos a las ermitañas, las monjas y las mujeres que siguen al Señor. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 10 de febrero

Recuerdo de santa Escolástica (ca. 480 - ca. 547), hermana de san Benito. Con ella recordamos a las ermitañas, las monjas y las mujeres que siguen al Señor.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 17,1-28

Mejor es un mendrugo de pan a secas, pero con tranquilidad,
que casa llena de sacrificios de discordia. El siervo prudente prevalece sobre el hijo sin honra;
tendrá, con los hermanos, parte en la herencia. Crisol para la plata, horno para el oro;
los corazones, Yahveh mismo los prueba. El malo está atento a los labios inicuos,
el mentiroso presta oído a la lengua perversa. Quien se burla de un pobre, ultraja a su Hacedor,
quien se ríe de la desgracia no quedará impune. Corona de los ancianos son los hijos de los hijos;
los padres son el honor de los hijos. Al necio no le sienta un lenguaje pulido,
y aún menos al noble un hablar engañoso. El obsequio es un talismán, para el que puede hacerlo;
dondequiera que vaya, tiene éxito. El que cubre un delito, se gana una amistad
el que propala cosas, divide a los amigos. Más afecta un reproche a un hombre inteligente
que cien golpes a un necio. El malvado sólo busca rebeliones,
pero le será enviado un cruel mensajero. Mejor topar con osa privada de sus cachorros
que con tonto en su necedad. Si uno devuelve mal por bien
no se alejará la desdicha de su casa. Entablar proceso es dar curso libre a las aguas;
interrúmpelo antes de que se extienda. Justificar al malo y condenar al justo;
ambas cosas abomina Yahveh. ¿De qué sirve la riqueza en manos del necio?
¿Para adquirir sabiduría, siendo un insensato? El amigo ama en toda ocasión,
el hermano nace para tiempo de angustia. Es hombre insensato el que choca la mano
y sale fiador de su vecino. El que ama el pecado, ama los golpes,
el que es altanero, busca la ruina. El de corazón pervertido, no hallará la dicha;
el de lengua doble caerá en desgracia. El que engendra un necio, es para su mal;
no tendrá alegría el padre del insensato. El corazón alegre mejora la salud;
el espíritu abatido seca los huesos. El malo acepta regalos en su seno,
para torcer las sendas del derecho. Ante el hombre inteligente está la sabiduría,
los ojos del necio en los confines de la tierra. Hijo necio, tristeza de su padre,
y amargura de la que lo engendró. No es bueno poner multa al justo,
golpear a los nobles es contra derecho. El que retiene sus palabras es conocedor de la ciencia,
el de sangre fría es hombre inteligente. Hasta al necio, si calla, se le tiene por sabio,
por inteligente, si cierra los labios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Podemos identificar dos temas que se encuentran en distintos proverbios: la casa y la familia, el corazón como sede del conocimiento, de los afectos y de la sabiduría. En la casa se pueden construir relaciones de afecto, pero también se puede vivir divididos. El comienzo del capítulo muestra de inmediato qué puede ocurrir en una familia: "Más vale mendrugo seco en paz que casa llena de banquetes y peleas". Desgraciadamente el afán de dinero de nuestra sociedad materialista a veces lleva precisamente a esto. Ya no nos contentamos con lo que tenemos, aunque a veces sea poco, sino que la sed de riqueza y la necesidad de ostentarla lleva mucha discordia a las mismas familias. "El que ama las riñas, ama el delito, el que agranda sus puertas, se busca la ruina" (v. 19). Engrandecer las puertas es signo de riqueza y bienestar (las puertas de las casas normales eran pequeñas y estrechas), para ostentar ante los demás la propia condición. Hoy quizá la puerta ya no es el signo de la riqueza. Para algunos será el coche, para otros la casa, y así sucesivamente. De esta forma los hijos no honran a los padres y no son corona de los ancianos, que muchas veces son dejados solos y abandonados a sí mismos, tanto en la casa como en un asilo. El abandono y la soledad de los ancianos son el signo más evidente de una sociedad que sólo se interesa de su propio bienestar individual. Pero no interesarse de quien es más débil no es más que "devolver mal por bien", y, por tanto, acercar la ruina a la propia casa: "A quien devuelve mal por bien no se le apartará el mal de la casa" (v. 13). De esta forma, esa armonía que debería caracterizar la vida de una familia y sus relaciones es algo que fácilmente falta: "La corona de los ancianos son los nietos, el honor de los hijos son sus padres". Pero también es válido lo opuesto: los hijos también pueden contribuir a una vida ignorante: "Hijo necio, tristeza de su padre y amargura de su madre" (v. 25). Cuánta amargura hay a veces en los padres, que ven alejarse a los hijos o encaminarse por una senda peligrosa. Pensemos en la droga, en el juego, en el desenfreno, en una vida dominada por el dinero. Se podría decir que hay que cultivar el corazón para evitar que se arruine lo que hemos construido de hermoso y de bueno con los años. El Señor pone a prueba nuestro corazón con su palabra, para que el corazón esté "contento" y nos haga vivir en la paz: "Corazón contento mejora la salud, espíritu abatido seca los huesos" (v. 22). Pidamos al Señor aprender a cultivar el corazón escuchando su Palabra y aprendiendo a ser siempre amigos de los demás, sobre todo de los pobres, porque "El amigo ama en toda ocasión, pero el hermano nace para las adversidades" (v. 17). Seamos amigos y hermanos de quien vive en la adversidad, porque obtendremos la sabiduría que Dios nos da.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.