ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 15 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 21,1-31

Corriente de agua es el corazón del rey en la mano de Yahveh,
que él dirige donde quiere. Al hombre le parecen rectos todos sus caminos,
pero es Yahveh quien pesa los corazones. Practicar la justicia y la equidad,
es mejor ante Yahveh que el sacrificio. Ojos altivos, corazón arrogante,
antorcha de malvados, es pecado. Los proyectos del diligente, todo son ganancia;
para el que se precipita, todo es indigencia. Hacer tesoros con lengua engañosa,
es vanidad fugitiva de quienes buscan la muerte. La violencia de los malos los domina,
porque se niegan a practicar la equidad. Tortuoso es el camino del hombre criminal,
pero el puro es recto en sus obras. Mejor es vivir en la esquina del terrado,
que casa en común con mujer litigiosa. El alma del malvado desea el mal,
su vecino no halla gracia a sus ojos. Cuando se castiga al arrogante, el simple se hace sabio;
cuando se instruye al sabio, adquiere ciencia. El Justo observa la casa del malvado,
y arroja a los malvados a la desgracia. Quien cierra los oídos a las súplicas del débil
clamará también él y no hallará respuesta. Regalo a escondidas, aplaca la cólera,
y obsequio oculto, la ira violenta. Alegría para el justo es el cumplimiento de la justicia,
pero horror para los que hacen el mal. El hombre que se aparta del camino de la prudencia
reposará en la asamblea de las sombras. Se arruina el hombre que ama el placer,
no será rico el aficionado a banquetes. Rescate del justo es el malo,
y en lugar de los rectos, el traidor. Mejor es habitar en el desierto
que con mujer litigiosa y triste. Tesoro precioso y aceite en la casa del sabio,
pero el hombre necio los devora. Quien va tras la justicia y el amor
hallará vida, justicia y honor. El sabio escala la ciudad de los fuertes,
y derriba la fortaleza en que confiaban. El que guarda su boca y su lengua,
guarda su alma de la angustia. Al insolente y altivo se le llama: "arrogante";
actúa en el exceso de su insolencia. El deseo del perezoso le lleva a la muerte,
porque sus manos rehúsan el trabajo. Todo el día está el malo codicioso;
pero el justo da sin rehusar jamás. El sacrificio de los malos es abominable,
sobre todo si se ofrece con mala intención. El testigo falso perecerá,
el hombre que escucha, por siempre podrá hablar. El hombre malo se muestra atrevido,
el recto afianza su camino. No hay sabiduría, ni hay prudencia
ni hay consejo, delante de Yahveh. Se prepara el caballo para el día del combate,
pero la victoria es de Yahveh.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Algunos temas vuelven con frecuencia en el capítulo. El primero es el de la justicia: "Practicar la justicia y el derecho el Señor lo prefiere a los sacrificios". Resuenan en esta afirmación las palabras del profeta Oseas: "Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos" (6,6). Es un tema muy querido también por mucha parte de la palabra profética, que se eleva en defensa de la justicia sobre todo hacia los pobres, muchas veces desatendidos. Basta con leer los primeros capítulos de Isaías o de Amós. También aquí leemos: "Quien cierra su oído a los gritos del pobre no obtendrá respuesta cuando grite". El grito no es sólo expresión de sufrimiento o de necesidad, sino un llamamiento a la justicia, como se lee con frecuencia en los salmos: "Los ojos del Señor sobre los justos, sus oídos escuchan sus gritos... Cuando gritan, el Señor los oye y los libra de sus angustias" (Sal 34,16.18). También en los Evangelios muchos enfermos gritan a Jesús para ser curados. El ciego Bartimeo, oyendo pasar a Jesús, empezó a gritar hacia el Señor, que escuchó su voz (Mc 10, 46-52). Al contrario que los hombres, el Señor escucha siempre la voz de los débiles y de los pobres. La advertencia de los Proverbios debería ayudarnos a comprender que sólo quien escucha la petición de ayuda de los pobres será a su vez escuchado por el Señor. Esta es la verdadera justicia. Quien no la sabe cumplir se vuelve fácilmente violento: "La violencia de los malvados los arrastra, por negarse a practicar el derecho". Violencia e injusticia están estrechamente unidas, como podemos fácilmente constatar en nuestra sociedad. Por el contrario, practicar la justicia da alegría (v. 17). Y "El que busca justicia y bondad encontrará vida y gloria" (v. 21). En efecto, la justicia verdadera se realiza en la gratuidad del amor y no en el fácil cálculo del dar para tener a cambio de. Parece unirse a la reflexión sobre la justicia la del uso de la riqueza y de los bienes. Hay una riqueza fruto de la mentira y de los engaños, que al final aparece fútil y dañina: "Amasar fortuna con lengua engañosa es ilusión fugaz de los que buscan la muerte" (v. 6). "El que ama el placer pasará necesidad, el que ama vino y perfumes no se hará rico", añade el versículo 17. Cuántas veces la manía continua por tener, la codicia propia del necio (v. 26), -y cuánta vemos en quien se da al juego, a las apuestas y a la bolsa-, lleva a la ruina sin darse cuenta. Sin embargo, justicia es también saber dar de lo propio a los demás: "Regalo a escondidas aplaca la cólera, obsequio discreto, la ira violenta" (v. 14). Gran sabiduría la de la Palabra de Dios, que ayuda a vivir de forma sabia incluso en la riqueza, que la Biblia no desprecia pero que puede convertirse en una trampa mortal.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.