ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Recuerdo de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador. Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en el altar. Recuerdo de la masacre de las fosas ardeatinas que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 24 de marzo

Recuerdo de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador. Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en el altar. Recuerdo de la masacre de las fosas ardeatinas que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Timoteo 6,17-19

A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en lo inseguro de las riquezas sino en Dios, que nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos; que practiquen el bien, que se enriquezcan de buenas obras, que den con generosidad y con liberalidad; de esta forma irán atesorando para el futuro un excelente fondo con el que podrán adquirir la vida verdadera.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Tras la alabanza a Dios, Pablo añade una apostilla más para dar a Timoteo algunas disposiciones relacionadas con las personas ricas de la comunidad. Ya previamente (6, 9 ss.) le había puesto en guardia contra la avidez de riquezas; ahora da algunas instrucciones sobre el uso correcto de las mismas. El apóstol advierte que incluso las que se han ganado lícitamente pueden estar llenas de peligros para quien las posee, y exhorta a no poner en ellas la esperanza porque son siempre "inseguras": sólo en Dios es firme la esperanza. Las riquezas se conceden para que todos puedan disfrutar de ellas, y quien es pobre sea ayudado. El cristiano pone su fe en la bondad paterna de Dios, el cual envía a sus hijos todo lo que necesitan. Por esto Jesús puede decir a los discípulos: "No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso" (Mt 6, 31-32). El rico no debe encerrarse egoístamente ante la necesidad del prójimo, sino que es llamado a cumplir de forma concreta con el amor hacia el que es más pobre. El cristiano rico debe saber que la verdadera riqueza consiste en ser rico de buenas obras, que para él son "un excelente fondo". De ese modo el cristiano se "enriquece en orden a Dios" (Lc 12, 21), acumula "tesoros en el cielo" (Mc 10, 21), y el Padre "que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6, 4). En los dos versículos finales Pablo retoma una vez más las dos exhortaciones centrales de la carta: la custodia de la fe cristiana y la enérgica defensa contra la herejía para que la comunidad no se divida. La tarea principal de Timoteo y su misión consisten en conservar puro e íntegro el Evangelio, muy diferente de las "palabrerías" y de las "ciencias" de los hombres. La ciencia es buena pero no salva; sólo la Palabra ilumina y guía los pasos hacia el cielo. Al final Pablo saluda a Timoteo y a toda la comunidad, en la que piensa continuamente, y sobre todos invoca la gracia de Dios "portadora de salvación".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.