ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 24 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Efesios 4,17-32

Os digo, pues, esto y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su cabeza los cuales, habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas. Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros. Si os airáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estéis airados, ni deis ocasión al Diablo. El que robaba, que ya no robe, sino que trabaje con sus manos, haciendo algo útil para que pueda hacer partícipe al que se halle en necesidad. No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen. No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención. Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo continúa exhortando a los cristianos a comportarse de manera digna del Evangelio que han recibido. La advertencia se hace "en el Señor". Y recuerda ante todo que no hay que caer en los comportamientos de la vida pasada cuando, antes de pertenecer a la comunidad, los efesios eran "excluidos de la vida de Dios". Comportarse de ese modo significa caminar con la "vaciedad de la mente", es decir, quedarse en la oscuridad de las convicciones de alguien que no tiene la luz de Dios. Las consecuencias son la ignorancia y el endurecimiento del corazón. "Pero no es así -continúa Pablo- como vosotros habéis aprendido a Cristo". La expresión "aprender a Cristo" nos dice que la vida cristiana es imitar a Jesús "aprendiendo" bien escuchando el Evangelio ("si es que habéis oído hablar de él") bien a través de las enseñanzas de la comunidad ("si habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús"). Seguir comporta un cambio profundo en la vida del discípulo: hay que abandonar al "hombre viejo", es decir, las costumbres de cuando estaba lejos de Dios con una vida triste y destinada al fracaso, para "renovar el espíritu" y "revestirse del hombre nuevo". Si "renovarse" comporta un cambio empezando por uno mismo, "revestirse" del hombre nuevo significa acoger a Cristo en el corazón y dejarse transformar a su imagen. Pablo invita a guardarse de una grave actitud que es precisamente del hombre viejo: la mentira. Y cita al profeta Zacarías: "Decíos la verdad unos a otros" (Zc 8,16), aplicándolo a la vida de la comunidad. No podemos mentir "pues somos miembros unos de otros". Pablo, tal vez por experiencias pasadas, sabe que la mentira corrompe las relaciones entre los hermanos y contamina la vida de la comunidad. Igualmente, aconseja no caer en la ira para que no lo domine todo: hay que alejarla antes que "se ponga el sol" para no dejar espacio al diablo. También el robo divide y corrompe la comunión. El ladrón también es invitado a trabajar con sus manos para ganarse la vida. Pablo, además, añade que no hay que trabajar solo para no ser un peso, sino para ayudar a quien lo necesita. En la comunidad el criterio del bien lo determina la necesidad de los hermanos. Pablo no olvida prevenir sobre el poder de la lengua. Santiago en su epístola desarrolla ese aspecto desde un punto de vista negativo: la lengua puede hacer el mal y hay que domarla del mismo modo que se pone el freno a los caballos (St 3,1-12). Para Pablo la lengua debe edificar, construir la comunión haciendo "el bien a los que os escuchen". Todo eso es posible si dejamos obrar al Espíritu de Dios infundido en nuestros corazones. Por eso el apóstol exhorta a "no entristecer al Espíritu Santo de Dios". La vida nueva, que tiene el Espíritu como fuente, no tolera una conducta dominada por sentimientos de división y de discordia. Por eso, una vez más, Pablo exhorta a hacer desaparecer del corazón la amargura, la ira, la cólera, los gritos, la maledicencia y cualquier clase de maldad. Y exhorta: "Sed amables entre vosotros, compasivos, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo". Con estas palabras une la misericordia y el perdón como dos dimensiones del único amor, el mismo amor de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.