ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 25 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Efesios 5,21-6,9

Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia. En todo caso, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido. Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: Para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor. Esclavos, obedeced a vuestros amos de este mundo con respeto y temor, con sencillez de corazón, como a Cristo, no por ser vistos, como quien busca agradar a los hombres, sino como esclavos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios; de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres; conscientes de que cada cual será recompensado por el Señor según el bien que hiciere: sea esclavo, sea libre. Amos, obrad de la misma manera con ellos, dejando las amenazas; teniendo presente que está en los cielos el Amo vuestro y de ellos, y que en él no hay acepción de personas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol también lee las relaciones dentro de la familia según una lógica evangélica. Sabe que los miembros de una familia cristiana deben comportarse de manera nueva entre ellos, es decir, como personas "sometidas" ante todo a Cristo. De esta sumisión surgen nuevas relaciones también dentro del matrimonio. Todos son llamados a someterse recíprocamente "en el temor de Cristo". Antes de respetar roles sociales, el marido y la mujer pertenecen los dos a Cristo. Con esta exhortación se elimina de raíz cualquier tentación de autoritarismo, es decir, de sentido de superioridad de uno sobre el otro. Pablo respeta las estructuras familiares vigentes en su tiempo, pero considera a las esposas y a los maridos como hermanos en Cristo. Su relación conyugal debe, pues, responder a la misma fraternidad que existe en la Iglesia. Que la mujer casada se someta al marido, escribe Pablo. La sumisión, en aquel tiempo, no tenía nada de denigrante ni impedía a la mujer gozar de consideración y ser capaz de tener un peso social. Pablo, no obstante, añade: que se someta al marido "como al Señor", es decir, como se comportan los cristianos entre sí, con amor. La similitud que Pablo plantea entre Cristo-Iglesia y marido-mujer es más una analogía que un paralelismo (el marido no es el salvador de la mujer, como Cristo, en cambio, sí lo es de la Iglesia). No se aborda la jerarquía vigente en la época, sino que se cambia radicalmente la motivación. El marido es "cabeza" en cuando imita el amor de Cristo por la Iglesia: debe servir a la esposa hasta dar la vida por ella. La analogía continúa: la sumisión que se pide a la mujer no significa obedecer las órdenes de un amo, sino abrirse al amor y acogerlo. Como consecuencia, la expresión final ("en todo"), que parece acentuar la subordinación de la mujer, recibe su verdadera luz: Pablo pide también a la mujer que se dé totalmente al marido. Pablo quiere que los esposos vivan la reciprocidad en el amor de manera similar a la de Cristo-Iglesia, un amor capaz de dar la vida. El apóstol se dirige luego a los hijos y los exhorta a obedecer. Recuerda el mandamiento de "honrar" al padre y a la madre, no solo en el sentido del respeto que hay que tener por ellos, sino también en la ayuda en caso de necesidad, especialmente en la vejez. Se dirige luego a los padres, tal vez porque normalmente se les confiaba la tarea de enseñar la disciplina, y les exhorta a no "exasperar" a los hijos, sino más bien a ayudarles a crecer con disciplina e instrucción. Las últimas observaciones hacen referencia a las relaciones entre los esclavos y los amos. Pablo recuerda a los esclavos que se espera de ellos que obedezcan con sinceridad y respeto sabiendo que en la sumisión se vive la relación de amor con Cristo que se hizo esclavo por amor de los hombres. Los amos son invitados a comportarse "de la misma manera", es decir, siguiendo el espíritu de los consejos a los esclavos: Pablo remite a unos y a otros al amor que debe gobernar las relaciones recíprocas. Tanto al amo como a los esclavos les pone a Jesús como modelo. Él es el verdadero Señor de todos, esclavos y libres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.