ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 1 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Tesalonicenses 2,13-16

De ahí que también por nuestra parte no cesemos de dar gracias a Dios porque, al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes. Porque vosotros, hermanos, habéis seguido el ejemplo de las Iglesias de Dios que están en Judea, en Cristo Jesús, pues también vosotros habéis sufrido de vuestros compatriotas las mismas cosas que ellos de parte de los judíos; éstos son los que dieron muerte al Señor y a los profetas y los que nos han perseguido a nosotros; no agradan a Dios y son enemigos de todos los hombres, impidiéndonos predicar a los gentiles para que se salven; así van colmando constantemente la medida de sus pecados; pero la Cólera irrumpe sobre ellos con vehemencia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo recuerda la actividad misionera y los abundantes frutos que dio. Da gracias a Dios sin cesar. El Señor obró a través de la predicación. La conversión de los tesalonicenses se produjo cuando reconocieron que la palabra del apóstol era Palabra de Dios. Pablo la llama la "Palabra de Dios que os predicamos". Y para demostrar la fuerza que contiene esta Palabra, la presenta como una persona que actúa por sí sola: la Palabra lleva a cabo su obra casi independientemente del predicador, pues actúa incluso cuando el predicador hace tiempo que ya ha partido. La Palabra de Dios se distingue precisamente de la palabra de los hombres porque tiene una eficacia propia: "Viva es la palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos" (Hb 4,12). La Palabra de Dios demuestra su eficacia porque fortalece a quien sufre y le hace capaz de dar testimonio y de pasar el martirio. La Palabra de Dios tiene una íntima orientación hacia la cruz. Lo que le pasó al Maestro le pasa también a la Iglesia. Y los tesalonicenses participan en este destino común. También ellos sufren ahora la misma persecución de las comunidades judeocristianas del inicio. La Iglesia será siempre una Iglesia de mártires. Así como al inicio fueron algunos judíos los que persiguieron a las comunidades de aquella tierra, ahora son los paganos quienes lo hacen. Y la historia nos demuestra que, de tiempo en tiempo, el mal se cierne sobre los cristianos a veces hasta la persecución. Pero la oposición no detiene la predicación del Evangelio. Pablo escribe que se podría pensar que la medida del pecado de los que asesinaron a los profetas (Mt 23,32) llegó a su culmen con el asesinato del Hijo. Pero a los discípulos se les ha reservado la misma suerte del Maestro. Y en cuanto al pueblo de Israel, Dios, en su infinita misericordia, concede un espacio de tiempo para la conversión. Como escribe el apóstol a los romanos: "Dios, queriendo manifestar su ira y dar a conocer su poder, soportó con gran paciencia objetos de ira preparados para la perdición" (Rm 9,22). Solo cuando Israel haya asesinado y perseguido también a los "profetas y apóstoles" del Señor (Lc 11,49ss.), la medida de su pecado será plena y se le pedirán cuentas de la sangre que ha derramado. Es precisamente este acto final de la tragedia lo que Pablo experimenta ahora constante y dolorosamente en su cuerpo: el endurecimiento definitivo de Israel. Pero el apóstol sabe que Dios no retira definitivamente su misericordia de Israel y que le deja el camino de la salvación abierto.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.