ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 13 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Pedro 2,11-17

Queridos, os exhorto a que, como extranjeros y forasteros, os abstengáis de las apetencias carnales que combaten contra el alma. Tened en medio de los gentiles una conducta ejemplar a fin de que, en lo mismo que os calumnian como malhechores, a la vista de vuestras buenas obras den gloria a Dios en el día de la Visita. Sed sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana: sea al rey, como soberano, sea a los gobernantes, como enviados por él para castigo de los que obran el mal y alabanza de los que obran el bien. Pues esta es la voluntad de Dios: que obrando el bien, cerréis la boca a los ignorantes insensatos. Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios. Honrad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios, honrad al rey.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol, con el apelativo "queridos", generalmente poco utilizado en el estilo epistolar antiguo, manifiesta el cariño que siente por aquellos cristianos que estaban dispersos por la lejana Turquía y sometidos a una dura prueba. Y precisamente ese amor le hace reclamar de aquellos hijos suyos una vida conforme a la "ley de santidad" que hace de ellos un pueblo nuevo y en cierto modo extraño a la mentalidad del mundo. Por eso se detiene a subrayar cuáles son los comportamientos que hay que tener en la vida de cada día. El apóstol recuerda en primer lugar que los pecados ("las apetencias carnales") luchan contra el alma, la debilitan y la alejan del Señor. Sin duda no desconocía las palabras del Génesis: "Si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar" (4,7). Los cristianos, al ser "extraños" al mundo, deben mostrarse dignos de pertenecer a un pueblo santo. Solo así podrán ser ejemplo para los demás. Y la hostilidad que inevitablemente encontrarán debe impulsarles aún más a "obrar bien". Actuando así convencerán a sus perseguidores hasta convertirles, hasta lograr que den gloria a Dios. La buena conducta de los cristianos es la apologética más verdadera, es la misión más eficaz, sobre todo hoy, en un mundo saturado de palabras que no llegan al corazón, en el que el relativismo moral justifica todo comportamiento. El apóstol pasa a describir preceptos particulares y empieza con la actitud que hay que tener en la vida pública. Los creyentes -dice Pedro- deben estar sujetos a la autoridad pública en sus distintos niveles: desde el rey hasta los gobernadores locales. No deben distinguirse por su poca atención a la vida civil; al contrario, son exhortados a respetarla y a colaborar con todos para el bien común de toda la sociedad. Con la ejemplaridad de su vida cerrarán "la boca a los ignorantes insensatos". Hay en estas palabras del apóstol una exhortación a ser también ciudadanos ejemplares, atentos a la ética civil y pública. El apóstol pide a los cristianos que obedezcan a la voluntad de Dios incluso en el campo de la vida civil; y añade que no deben utilizar la libertad que han recibido para cubrir sus intereses personales o, aún peor, sus vilezas. Por todo eso el creyente teme a Dios, ama a los hermanos y honra a todos, incluidas las autoridades. Es un pasaje de la epístola que, si bien aleja toda tentación "idólatra" del Estado, requiere una mayor atención y reflexión de todos para que cada cual con la rectitud y la sabiduría de su comportamiento concurra al bien común.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.