ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 14 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Pedro 2,18-25

Criados, sed sumisos, con todo respeto, a vuestros dueños, no sólo a los buenos e indulgentes, sino también a los severos. Porque bella cosa es tolerar penas, por consideración a Dios, cuando se sufre injustamente. ¿Pues qué gloria hay en soportar los golpes cuando habéis faltado? Pero si obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas. El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño; el que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia; el mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados. Erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pedro, tras la exhortación a vivir dignamente en la vida civil, se dirige ahora a los distintos miembros de la familia y presenta un sucinto manual de "moral familiar". Las primeras palabras van dirigidas a las clases más humildes, a los siervos. La esclavitud era un hecho aceptado, pero la universalidad del Evangelio llega también a los esclavos, y les pide lo mismo que la Palabra de Dios pide a todo el mundo: seguir e imitar a Jesús más allá de su condición social. En realidad, el apóstol, con una sensibilidad exquisitamente bíblica, lee en el siervo el tipo ideal de cristiano: el discípulo, en efecto, es "siervo de Dios" (2,16), y cuanto más se humilla en el sufrimiento, más se similar es a Jesús, que se hizo siervo, tal como también afirma Pablo en su Epístola a los Filipenses (2,7). Por eso estas palabras para los siervos se dirigen también a todos los creyentes y a cada uno de nosotros. Pedro quiere convencer a los cristianos que estar en el dolor para el discípulo significa también estar en la gracia (2,19-20); por eso señala la imagen de Cristo sufriente al que todos deberíamos tener siempre ante nuestros ojos: "también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos un modelo para que sigáis sus huellas". El apóstol quiere que los siervos (y con ellos también nosotros) no aparten su mirada de Jesús. Si sufrimos, Cristo ha sufrido mucho más: él "al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba". Ningún escritor del Nuevo Testamento había hasta entonces presentado a Cristo sufriente. Pedro conoce bien las relaciones instintivas que cada uno de nosotros tiene ante el dolor y el insulto. A menudo respondemos a la violencia con más violencia. Pero el discípulo debe mirar al maestro e imitarlo. En un mundo como el nuestro, siempre preparado para el conflicto y la violencia, estas palabras resuenan con toda su fuerza. Y los discípulos de Jesús, justamente ahora, deben dar un testimonio al mundo como el de su Maestro. Ese es probablemente el don más grande que los cristianos pueden hacer a los hombres de este tiempo: la fuerza débil de un amor que no tiene límites. No se trata, como algunos insinúan, del buenismo de gente resignada y sin fuerza o identidad, sino de personas seguras de que solo el amor puede salvar, reunir a los que están dispersos y convertirlos en una familia, vencer el mal con el bien. Eso es cuanto hizo Jesús, que se conmovió por la gente cansada y abatida y la reunió a su alrededor como un buen pastor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.