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Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Lorenzo, diácono y mártir († 258). Reorganizó el servicio a los pobres en Roma. Oración por los pobres y por aquellos que les sirven en nombre del Evangelio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 10 de agosto

Recuerdo de san Lorenzo, diácono y mártir († 258). Reorganizó el servicio a los pobres en Roma. Oración por los pobres y por aquellos que les sirven en nombre del Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 2,23-27

Todo el que niega al Hijo
tampoco posee al Padre.
Quien confiesa al Hijo
posee también al Padre. En cuanto a vosotros,
lo que habéis oído desde el principio
permanezca en vosotros.
Si permanece en vosotros
lo que habéis oído desde el principio,
también vosotros permaneceréis
en el Hijo y en el Padre, y esta es la promesa que él mismo os hizo:
la vida eterna. Os he escrito esto
respecto a los que tratan de engañaros. Y en cuanto a vosotros,
la unción que de El habéis recibido
permanece en vosotros
y no necesitáis que nadie os enseñe.
Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas
- y es verdadera y no mentirosa -
según os enseñó, permaneced el él.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol Juan tiene frente a sus ojos por una parte a los falsos profetas que intentan dividir la comunidad, y por la otra a los fieles que no deben tenerles miedo porque poseen una defensa interior (la unción) que les salva del error. La unción es el signo eficaz del don del Espíritu Santo que actúa en el corazón de los creyentes. Por eso el apóstol escribe que es "verdadera y no mentirosa". Jesús, en el discurso de despedida a los discípulos, se lo había dicho: "Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26). Permanecer en la "unción" significa estar en el corazón evangélico de la comunidad, es decir, permanecer fiel a aquella Palabra que recibimos en el principio y que nos ha engendrado a la vida nueva. Es curioso que en pocos versículos el verbo "permanecer" aparezca hasta cinco veces, como si quisiera subrayar la preciosidad de ser fieles a la unción que hemos recibido y a la comunidad que es llamada a vivirla y a mostrarla al mundo. La salvación no depende principalmente de las obras que llevamos a cabo sino de permanecer en la Palabra que nos ha engendrado y en la comunidad en la que hemos sido acogidos. "Permanecer" indica una opción de vida y de compartir. Es el mismo verbo que Jesús utiliza cuando habla de la permanencia del discípulo en él, como el sarmiento en la vid: "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Es un permanecer sin duda físico, concreto, pero sobre todo espiritual, interior, hecho de escucha y de obediencia, de oración y de fraternidad, de trabajo y de servicio generoso. Quien permanece así en el Padre y en el Hijo permanece también en la comunidad. En eso consiste la "vida eterna".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.