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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Recuerdo de Zaqueo que subió al árbol para ver al Señor y recibió como don la conversión de su corazón. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 27 de agosto

Recuerdo de Zaqueo que subió al árbol para ver al Señor y recibió como don la conversión de su corazón.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Juan 1,7-13

Muchos seductores han salido al mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Ese es el Seductor y el Anticristo. Cuidad de vosotros, para que no perdáis el fruto de nuestro trabajo, sino que recibáis abundante recompensa. Todo el que se excede y no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios. El que permanece en la doctrina, ése posee al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros y no es portador de esta doctrina, no le recibáis en casa ni le saludéis, pues el que le saluda se hace solidario de sus malas obras. Aunque tengo mucho que escribiros, prefiero no hacerlo con papel y tinta, sino que espero ir a veros y hablaros de viva voz, para que nuestro gozo sea completo. Te saludan los hijos de tu hermana Elegida.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor de la epístola, en los primeros versículos, recuerda a los cristianos la primacía del amor mutuo, y parece subrayar la importancia de una vida de amor para no sucumbir a las insidias de los falsos maestros. Y es curioso que el "presbítero" sugiera la importancia del amor mutuo para no caer en un error de fe. Efectivamente, existe un vínculo entre vivir en el amor y permanecer en la verdad, un vínculo que encontramos tanto en el Evangelio como en los escritos neotestamentarios. Así, Juan, en su primera epístola exhorta: amemos "con obras y según la verdad" (1 Jn 3,18); o el apóstol Pablo, que escribe a los corintios: la caridad "se alegra con la verdad" (1 Co 13,6). Hay que hacer una primera y simple consideración sobre la unitariedad de la vida de la comunidad, que incluye la comunión en el amor y la comunión en la fe: no se pueden separar los dos ámbitos, como si se pudiera vivir en la comunión sin comprender el credo y viceversa. Entre los ejemplos más claros que tenemos está el episodio de la profesión de Pedro en Cesarea, que fue correcta, pero su rechazo a comprender la pasión de Jesús lo alejó del Maestro. El autor de la epístola nos previene de aquellos que niegan "que Jesucristo haya venido en carne". Tocamos aquí el corazón de la fe cristiana. Jesús no solo "ha venido" en carne sino que "viene". Es decir, continúa estando presente en su Iglesia, en la comunidad de los discípulos como él mismo dijo: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,19). Es la comunidad misma la que se convierte en "carne" de Jesús a lo largo de la historia. Y no se puede transigir en este misterio. Y eso explica la dureza que encontramos en los versículos 10-11 contra aquellos que quieren negar este vínculo histórico, concreto, hecho de "carne", entre Jesús y nosotros. En ese vínculo los discípulos encuentran la plenitud de la alegría. La concreción de la relación con Jesús y de la fe en él se plasma en la concreción -en aquel hablar de boca en boca- que los hijos de Dios deben vivir entre ellos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.