ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 19 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Crónicas 12,1-23

Estos son los que vinieron donde David, a Siquelag, cuando estaba retenido lejos de Saúl, hijo de Quis. Estaban también entre los valientes que le ayudaron en la guerra. Manejaban el arco con la derecha y con la izquierda, lanzando piedras y flechas con el arco. De los hermanos de Saúl el benjaminita: Ajiézer, el jefe, y Joás, hijos de Semaá de Guibeá; Yeziel y Pélet, hijos de Azmávet; Beraká y Jehú, de Anatot; Yismaías, de Gabaón, valeroso entre los Treinta y jefe de los mismos; Jeremías, Yajaziel, Yojanán, Yozabad, de Guederot; Eluzay, Yerimot, Bealías, Semarías y Sefatías, de Jarif; Elcaná, Isaías, Azarel, Yoézer, Yasobam, coreítas; Yoelá y Zebadías, hijos de Yerojam, de Guedor. Y hubo también gaditas que se pasaron a David en el desierto, guerreros valientes, hombres de guerra, preparados para el combate, diestros con el escudo y la lanza. Sus rostros, como rostros de león, y ligeros como la gacela salvaje. Su jefe era Ezer; Obadías, el segundo; Eliab, el tercero; Masmanná, el cuarto; Yirmeyá, el quinto; Attay, el sexto; Eliel, el séptimo; Yojanán, el octavo; Elzabad, el noveno; Jeremías, el décimo; Makbannay, el undécimo; estos eran, entre los hijos de Gad, jefes del ejército; el menor mandaba sobre cien, y el mayor sobre mil. Estos fueron los que atravesaron el Jordán en el mes primero, cuando suele desbordarse por todas sus riberas, y pusieron en fuga a todos los habitantes de los valles, a oriente y occidente. También vinieron al refugio, donde estaba David, algunos de los hijos de Benjamín y Judá. Presentóse David delante de ellos y les dijo: "Si venís a mí en son de paz para ayudarme, mi corazón irá a una con vosotros; pero si es para engañarme en favor de mis enemigos, sin que hubiere violencia en mis manos, ¡véalo el Dios de nuestros padres y lo castigue!" Entonces el espíritu revistió a Amasay, jefe de los Treinta: "¡A ti, David! ¡Contigo, hijo de Jesé!
¡Paz, paz a ti!
¡Y paz a los que te ayuden,
pues tu Dios te ayuda a ti!"
David los recibió y los puso entre los jefes de las
tropas. También de Manasés se pasaron algunos a David, cuando éste iba con los filisteos a la guerra contra Saúl, aunque no les ayudaron, porque los tiranos de los filisteos, habido consejo, le despidieron, diciendo: "Se pasará a Saúl, su señor, con nuestras cabezas." Cuando regresó a Siquelag, pasáronse a él algunos de los hijos de Manasés: Adná, Yozabad, Yediel, Miguel, Yozabad, Elihú y Silletay, jefes de millares de Manasés. Estos ayudaron a David al frente de algunas partidas, pues todos eran hombres valientes y llegaron a ser jefes en el ejército. Cada día, en efecto, acudía gente a David para ayudarle, hasta que el campamento llegó a ser grande, como un campamento de Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje describe las primeras adhesiones a David. Se trata de hombres que lo siguieron antes de que ascendiera al trono, cuando todavía era fugitivo y en parte aliado con los filisteos. Aquellos primeros seguidores provenían de las tribus de Benjamín (vv. 1-8), de Gad (vv. 9-16), algunos más de Benjamín, Judá (vv. 17-19) y Manasés (vv. 20-23). El autor de las Crónicas escribe que se aliaron con David antes de su ascensión al poder para compartir su proyecto de manera total. El autor del libro de Samuel los presenta como personas que respondían más bien a tendencias separatistas. Son soldados valientes que ponen sus capacidades al servicio del enviado de Dios. Los militares provenientes de la tribu de Gad eran "guerreros valientes, hombres de guerra, preparados para el combate, diestros con el escudo y la lanza. Sus rostros, como rostros de león, y ligeros como la gacela de los montes" (v. 9). La formación de estas alianzas no se caracteriza por conveniencias de orden material, ni tampoco por intenciones separatistas como se sugiere en otras partes. La alianza tiene raíces más profundas, es decir, la adhesión por motivos religiosos a la conquista real de David. Cuando, por ejemplo, fueron "al refugio, donde estaba David, algunos de los hijos de Benjamín y Judá", David salió a su encuentro y les advirtió con severidad. "El espíritu revistió a Amasay", uno de los responsables del grupo, y dijo: "¡A ti, David! ¡Contigo, hijo de Jesé! ¡Paz, paz a ti! ¡Y paz a los que te ayuden, pues tu Dios te ayuda a ti!". Es una clara afirmación de "fe": reconocían en David al hombre enviado por Dios. Esa es la visión que preside las alianzas de las que habla el autor. Por eso David "los recibió y los puso entre los jefes de las tropas". Hay algunos soldados de la tribu de Manasés, antepasados de los samaritanos, y por tanto cismáticos. Pues bien, David también les acoge, como si quisiera subrayar que no hay que excluir a nadie de participar en el proyecto de Dios. La conclusión del pasaje indica, con una sola frase, el continuo crecimiento del ejército de David: "Cada día, en efecto, acudía gente a David para ayudarle, hasta que el campamento llegó a ser grande, como un campamento de Dios" (v. 23), es decir, un ejército que sobrepasa todo lo que es humano. Es sin duda una indicación numérica, pero el autor sugiere sobre todo que aquel ejército era invencible. Leyendo esta frase viene a la memoria lo que encontramos en los Hechos a propósito de la primera comunidad cristiana: "El Señor agregaba al grupo a los que cada día se iban salvando" (Hch 2,47). El ejército de David, primero, la comunidad cristiana, ahora, atrae -si atrae, obviamente- no por su organización y aún menos por su mundanización, sino únicamente si realmente es capaz de transmitir el designio de Dios por la humanidad. Solo si logramos "mostrar" al Señor -y no a nosotros mismos- podremos atraer hacia Él a todo aquel que necesite salvación.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.