ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 4 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Corintios 8,1-13

Respecto a lo inmolado a los ídolos, es cosa sabida, pues todos tenemos ciencia. Pero la ciencia hincha, el amor en cambio edifica. Si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe conocer. Mas si uno ama a Dios, ése es conocido por él. Ahora bien, respecto del comer lo sacrificado a los ídolos, sabemos que el ídolo no es nada en el mundo y no hay más que un único Dios. Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y de señores, para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros. Mas no todos tienen este conocimiento. Pues algunos, acostumbrados hasta ahora al ídolo, comen la carne como sacrificada a los ídolos, y su conciencia, que es débil, se mancha. No es ciertamente la comida lo que nos acercará a Dios. Ni somos menos porque no comamos, ni somos más porque comamos. Pero tened cuidado que esa vuestra libertad no sirva de tropiezo a los débiles. En efecto, si alguien te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un templo de ídolos, ¿no se creerá autorizado por su conciencia, que es débil, a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por tu conocimiento se pierde el débil: ¡el hermano por quien murió Cristo! Y pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia, que es débil, pecáis contra Cristo. Por tanto, si un alimento causa escándalo a mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Comer la carne sacrificada a los ídolos, en tiempos de Pablo, se había convertido en un problema tan grave que provocaba grandes divisiones en la comunidad. No hay que olvidar que muchos cristianos vivían en casas de parientes que todavía eran paganos, o pertenecían a grupos que solían celebrar aniversarios con sacrificios a los dioses y luego comían la carne que habían ofrecido. Ante las divisiones surgidas por este motivo, el apóstol afirma con claridad que el verdadero pecado es precisamente la división de los hermanos; el verdadero pecado es provocar turbación incluso aunque se piense estar en lo cierto. No es la ciencia lo que salva, no es saber las cosas y afirmarlas como si fuera una porra contra los demás. Lo que salva es el amor. Pablo afirma con estas palabras el primado absoluto del amor: la ley es siempre un pedagogo, es decir, un medio para afrontar la falta de amor. Lo que importa es edificar la comunidad de los creyentes, que es signo de la unidad de toda la familia humana. «Tened cuidado –dice Pablo– que esta vuestra libertad no sirva de tropiezo a los débiles». Con ello quiere decir que la libertad del cristiano es solo para amar, para edificar, no para hacer lo que uno cree justo: «La ciencia hincha, el amor en cambio edifica» (v. 1). La edificación de la comunidad cristiana es la razón por la que Cristo pagó un caro precio. No son nuestras convicciones o nuestras tradiciones, aunque sean correctas, las que edifican la comunidad, sino únicamente el Espíritu de amor que el Señor da a sus discípulos. En estas palabras del apóstol está depositada esa gran sabiduría pastoral que volveremos a encontrar en muchos pastores a lo largo de los siglos de tradición cristiana. Es la sabiduría de acompañar el crecimiento en la fe de los fieles, sin excepciones ni indolencia, alimentando con espíritu materno, unas veces con la leche y otras con un alimento más sólido, para cultivar en el corazón de los fieles la actitud y los sentimientos de Cristo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.