ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 1 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 1,4-10

Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía,
y antes que nacieses, te tenía consagrado:
yo profeta de las naciones te constituí. Yo dije: "¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho." Y me dijo Yahveh:
No digas: "Soy un muchacho",
pues adondequiera que yo te envíe irás,
y todo lo que te mande dirás. No les tengas miedo,
que contigo estoy yo para salvarte
- oráculo de Yahveh -. Entonces alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yahveh:
Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad
sobre las gentes y sobre los reinos
para extirpar y destruir,
para perder y derrocar,
para reconstruir y plantar.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Dios llamó a Jeremías a ser profeta en un momento difícil de la historia de su pueblo. El texto manifiesta la predilección del Señor que mira al profeta con amor desde el día de su nacimiento. Dios tiene predilección por cada uno de nosotros: nos mira desde siempre con amor, sobre todo cuando dejamos que las incertidumbres del tiempo que vivimos nos dominen. El Señor no elige a un hombre ya preparado: Jeremías es joven y no ha recibido una educación que le permite hablar en público; al contrario, aprovecha su inexperiencia para rechazar la tarea que Dios le quiere confiar. Pero el Señor, tomando en serio esa actitud y conociendo el miedo que emergía de las palabras de Jeremías, confirma su decisión. Y lo tranquiliza diciéndole que no lo abandonará. Al contrario: siempre estará con él. Y Él mismo le podrá en la boca las palabras que deberá pronunciar. Lo que le pasa a Jeremías debería repetirse con cada creyente. Cada uno de nosotros somos llamados a comunicar el Evangelio. A veces nos echamos atrás porque creemos que no estamos capacitados, porque pensamos que comunicar el Evangelio es algo solo de algunos y no de todos. Pero no debemos preocuparnos, no debemos tener miedo porque el Señor que nos ha elegido no nos abandonará. Jesús dice a los discípulos: «Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mt 10,19-20). Es Dios mismo quien pone en nuestra boca las palabras que tenemos que decir. Y Dios le confía a Jeremías la tarea de hablar no solo a su pueblo, sino a las naciones, a gente alejada de la fe de Israel. Quiere que su palabra llegue a todos los pueblos, y que transforme los corazones de piedra en corazones de carne. Por eso los discípulos no deben tener la boca cerrada sino que deben procurar que esté dispuesta a hablar. Lo que se nos pide es que escuchemos y que obedezcamos gustosamente al llamamiento de Dios: Él mismo pondrá en nuestros labios su palabra para proclamarla en el gran mundo de los pueblos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.