ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de Yaguine y Fodé, dos jóvenes de 15 y 14 años de Guinea Conakry que murieron de frío en 1999 en el tren de aterrizaje de un avión en el que se habían escondido para llegar a Europa, donde soñaban poder estudiar. Recuerdo del beato Ceferino Jiménez Malla, mártir gitano. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 2 de agosto

Recuerdo de Yaguine y Fodé, dos jóvenes de 15 y 14 años de Guinea Conakry que murieron de frío en 1999 en el tren de aterrizaje de un avión en el que se habían escondido para llegar a Europa, donde soñaban poder estudiar. Recuerdo del beato Ceferino Jiménez Malla, mártir gitano.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 13,1-14

Yahveh me dijo así: "Anda y cómprate una faja de lino y te la pones a la cintura, pero no la metas en agua." Compré la faja, según la orden de Yahveh, y me la puse a la cintura. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh por la segunda vez: Toma la faja que has comprado y que llevas a la cintura, levántate y vete al Eufrates y la escondes allí en un resquicio de la peña. Yo fui y la escondí en el Eufrates como me había mandado Yahveh. Al cabo de mucho tiempo me dijo Yahveh: "Levántate, vete al Eufrates y recoges de allí la faja que te mandé que escondieras allí." Yo fui al Eufrates, cavé, recogí la faja del sitio donde la había escondido y he aquí que se había echado a perder la faja: no valía para nada. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Así dice Yahveh: Del mismo modo echaré a perder la mucha soberbia de Judá y de Jerusalén. Ese pueblo malo que rehúsa oír mis palabras, que caminan según la terquedad de sus corazones y han ido en pos de otros dioses a servirles y adorarles, serán como esta faja que no vale para nada. Porque así como se pega la faja a la cintura de uno, de igual modo hice apegarse a mí a toda la casa de Israel y a toda la casa de Judá - oráculo de Yahveh - con idea de que fuesen mi pueblo, mi nombradía, mi loor y mi prez, pero ellos no me oyeron. Diles este refrán: Así dice Yahveh, el Dios de Israel: "Todo cántaro se puede llenar de vino." Ellos te dirán: "¿No sabemos de sobra que todo cántaro se puede llenar de vino?" Entonces les dices: "Pues así dice Yahveh: He aquí que yo lleno de borrachera a todos los habitantes de esta tierra, a los reyes sucesores de David en el trono, a los sacerdotes y profetas y a todos los habitantes de Jerusalén, y los estrellaré, a cada cual contra su hermano, padres e hijos a una - oráculo de Yahveh - sin que piedad, compasión y lástima me quiten de destruirlos."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Señor le pide a Jeremías que lleve a cabo una acción que sea como un signo de lo que sucede. Palabras y signos acompañan a menudo la vida de los profetas, sobre todo las de Jeremías y Ezequiel. También en los evangelios las palabras de Jesús van acompañadas de signos. El Evangelio de Juan describe la vida de Jesús como un conjunto de palabras y signos. Y nosotros somos llamados a escuchar y también a ver. El Concilio Vaticano II habló de los «signos de los tiempos», que los creyentes somos llamados a entender a través de la lectura de la Palabra de Dios, que es como el alfabeto que nos indica su significado. El signo que Jeremías debe llevar a cabo es muy sencillo: esconder la faja en un resquicio del río Éufrates (se sobreentiende que Jeremías está exiliado con su pueblo en Babilonia) para luego recuperarla totalmente estropeada, por lo que «no valía para nada». «Del mismo modo echaré a perder la mucha soberbia de Judá y de Jerusalén.» El orgullo no produce nada, más bien reduce la vida a nada, como Jerusalén había sido reducida por la devastación. Si no escuchamos a Dios que habla y si nos seguimos solo a nosotros mismos, convencidos de nuestras razones, no haremos nada bueno. El orgullo no es solo el origen del pecado, sino que también es el origen de una vida vana, sin futuro. El significado de la faja lo explica bien el Señor a Ezequiel: «Así como se pega la faja a la cintura de uno, de igual modo hice apegarse a mí a toda la casa de Israel y a toda la casa de Judá –oráculo del Señor– con idea de que fuesen mi pueblo, mi nombradía, mi loor y mi prez, pero ellos no me oyeron». El Señor nos pide que nos apeguemos a él, que vivamos nuestra vida con él, para ser su pueblo, su fama, su alabanza y su gloria. Dios nos quiere tanto que baja hasta nosotros. Él no vive para sí mismo, quiere que disfrutemos de una alianza de amor con Él. Se podría decir que su orgullo somos nosotros.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.