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Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Esteban († 1038), rey de Hungría. Se convirtió al Evangelio y fomentó la evangelización en su país. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 16 de agosto

Recuerdo de san Esteban († 1038), rey de Hungría. Se convirtió al Evangelio y fomentó la evangelización en su país.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 18,1-23

Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte de Yahveh: Levántate y baja a la alfarería, que allí mismo te haré oír mis palabras. Bajé a la alfarería, y he aquí que el alfarero estaba haciendo un trabajo al torno. El cacharro que estaba haciendo se estropeó como barro en manos del alfarero, y éste volvió a empezar, trasformándolo en otro cacharro diferente, como mejor le pareció al alfarero. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: ¿No puedo hacer yo con vosotros, casa de Israel, lo mismo que este alfarero? - oráculo de Yahveh -. Mirad que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, casa de Israel. De pronto hablo contra una nación o reino, de arrancar, derrocar y perder; pero se vuelve atrás de su mal aquella gente contra la que hablé, y yo también desisto del mal que pensaba hacerle. Y de pronto hablo, tocante a una nación o un reino, de edificar y plantar; pero hace lo que parece malo desoyendo mi voz, y entonces yo también desisto del bien que había decidido hacerle. Ahora, pues, di a la gente de Judá y a los habitantes de Jerusalén: Así dice Yahveh: "Mirad que estoy ideando contra vosotros cosa mala y pensando algo contra vosotros. Ea, pues; volveos cada cual de su mal camino y mejorad vuestra conducta y acciones." Pero van a decir: "Es inútil; porque iremos en pos de nuestros pensamientos y cada uno de nosotros hará conforme a la terquedad de su mal corazón." Por tanto, así dice Yahveh:
Vamos, preguntad entre las naciones:
¿Quién oyó tal cosa?
¡Bien fea cosa ha hecho
la virgen de Israel! ¿Faltará acaso de la peña excelsa
la nieve del Líbano?
¿o se agotarán las aguas crecidas,
frescas, corrientes? Pues bien, mi pueblo me ha olvidado.
A la Nada inciensan.
Han tropezado en sus caminos,
aquellos senderos de siempre,
para irse por trochas,
por camino no trillado. Es para trocar su tierra en desolación,
en eterna rechifla:
todo el que pasare se asombrará de ella y meneará la
cabeza. Como el viento solano los esparciré delante del enemigo.
La espalda, que no la cara, les mostraré
el día de su infortunio. Entonces dijeron: "Venid y tramemos algo contra Jeremías, porque no va a faltarle la ley al sacerdote, el consejo al sabio, ni al profeta la palabra. Venid e hirámosle por su propia lengua: no estemos atentos a todas sus palabras." Estáte atento a mí, Yahveh,
y oye lo que dicen mis contrincantes. ¿Es que se paga mal por bien?
(Porque han cavado una hoya para mi persona.)
Recuerda cuando yo me ponía en tu presencia
para hablar en bien de ellos,
para apartar tu cólera de ellos. Por tanto, entrega a sus hijos al hambre
y desángralos a filo de espada;
queden sus mujeres
sin hijos y viudas,
sean sus varones asesinados,
sus mancebos acuchillados en la guerra. Oigase griterío en sus casas,
cuando traigas sobre ellos pillaje repentino.
Porque han cavado una hoya para prenderme,
y trampas han escondido para mis pies. Pero tú, Yahveh, conoces
todo su plan de muerte contra mí.
¡No disimules su culpa,
no borres de tu presencia su pecado!
¡Que caigan ante ti,
al tiempo de tu ira, descarga en ellos!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

«Lo mismo que el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano.» Estas palabras remiten a la creación misma del hombre. El Señor lo creó primero con tierra y luego insufló en él el espíritu de la vida. Y el hombre se convirtió en un ser vivo (Gn 2,7). No debemos olvidar que un rasgo primordial de la condición permanente de todo hombre y de toda mujer es que provienen del polvo. Pero Dios no desprecia aquel polvo que es el hombre; al contrario, le da valor. Él, como un alfarero, continúa plasmándonos a cada uno de nosotros dándonos su espíritu de vida para que crezcamos «a su semejanza, según su imagen». El Señor no rechaza nuestra pobreza y nuestra fragilidad. No deja de inclinarse sobre nosotros y continuamente obra en nosotros para que crezcamos como hijos suyos, como testigos suyos. Somos realmente, como dice Pablo, «recipientes de barro». Aun así, el Señor, mediante su palabra, continúa poniendo en nuestro corazón el soplo de la vida, el soplo de su Santo Espíritu. Aquel soplo del origen no se da una vez por todas; cada día el Señor nos lo da para que nos sostenga en el camino hacia la plenitud de la vida. Jeremías nos recuerda también a nosotros la gran responsabilidad que tenemos: decidir seguir al Señor. Quien sigue el camino del Señor y no «la terquedad de su mal corazón» encontrará la bendición. ¡Qué triste es que continuemos siguiéndonos a nosotros mismos y que escuchándonos a nosotros mismos después de todo el amor y el perdón que hemos recibido del Señor! Es el amor más alto que se puede tener en la Tierra. El Señor, como en un reto de amor, le pide a su pueblo: «Vamos, preguntad entre las naciones: ¿Quién oyó tal?… Pues bien, mi pueblo me ha olvidado… Han tropezado en sus caminos, aquellos senderos de siempre…». En la vida a menudo volvemos atrás porque si no escuchamos no seguimos siendo iguales, sino que vamos atrás, empeoramos. Eso es lo que pasa cuando olvidamos lo que hemos recibido y volvemos a seguir nuestros caminos particulares. Comprendemos entonces la oración del profeta, que pide la ayuda de Dios ante el esfuerzo de su vocación. Pidamos fuerza al Señor para continuar comunicando la fuerza de su amor y de su perdón.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.