ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 7 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 29,1-32

Este es el tenor de la carta que envió el profeta Jeremías desde Jerusalén al resto de los ancianos de la deportación, a los sacerdotes, profetas y pueblo en general, que había deportado Nabucodonosor desde Jerusalén a Babilonia - después de salir de Jerusalén el rey Jeconías y la Gran Dama, los eunucos, los jefes de Judá y Jerusalén, los herreros y cerrajeros -, por mediación de Elasá, hijo de Safán, y de Guemarías, hijo de Jilquías, a quienes Sedecías, rey de Judá, envió a Babilonia, donde Nabucodonosor, rey de Babilonia: Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel, a toda la deportación que deporté de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas y habitadlas; plantad huertos y comed su fruto; tomad mujeres y engendrad hijos e hijas; casad a vuestros hijos y dad vuestras hijas a maridos para que den a luz hijos e hijas, y medrad allí y no mengüéis; procurad el bien de la ciudad a donde os he deportado y orad por ella a Yahveh, porque su bien será el vuestro. Así dice Yahveh Sebaot, el dios de Israel: No os embauquen los profetas que hay entre vosotros ni vuestros adivinos, y no hagáis caso de vuestros soñadores que sueñan por cuenta propia, porque falsamente os profetizan en mi Nombre. Yo no los he enviado - oráculo de Yahveh -. Pues así dice Yahveh: Al filo de cumplírsele a Babilonia setenta años, yo os visitaré y confirmaré sobre vosotros mi favorable promesa de volveros a este lugar; que bien me sé los pensamientos que pienso sobre vosotros - oráculo de Yahveh - pensamientos de paz, y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza. Me invocaréis y vendréis a rogarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis cuando me solicitéis de todo corazón; me dejaré encontrar de vosotros (- oráculo de Yahveh -; devolveré vuestros cautivos, os recogeré de todas las naciones y lugares a donde os arrojé - oráculo de Yahveh - y os haré tornar al sitio de donde os hice que fueseis desterrados). En cuanto a eso que decís: Nos ha suscitado Yahveh profetas en Babilonia", así dice Yahveh del rey que se sienta sobre el solio de David y de todo el pueblo que se asienta en esta ciudad, los hermanos vuestros que no salieron con vosotros al destierro; así dice Yahveh Sebaot: He aquí que yo suelto contra ellos la espada, el hambre y la peste, y los pondré como aquellos higos reventados,, tan malos que no se podían comer. Los perseguiré con la espada, el hambre y la peste, y los convertiré en espantajo para todos los reinos de la tierra: maldición, pasmo, rechifla y oprobio entre todas las naciones a donde los arroje, por cuanto que no oyeron las palabras - oráculo de Yahveh - que les envié por mis siervos los profetas asiduamente; pero no oísteis - oráculo de Yahveh -. Vosotros, pues, oíd la palabra de Yahveh, todos los deportados que envié de Jerusalén a Babilonia. Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel, sobre Ajab, hijo de Colaías, y sobre Sedecías, hijo de Maasías, que os profetizan falsamente en mi Nombre: He aquí que yo los pongo en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia; él los herirá ante vuestros ojos, y de ellos tomarán esta maldición todos los deportados de Judá que se encuentran en Babilonia: "Vuélvate Yahveh como a Sedecías y como a Ajab, a quienes asó al fuego el rey de Babilonia", porque obraron con fatuidad en Jerusalén, cometieron adulterio con las mujeres de sus prójimos y fingieron pronunciar en mi Nombre palabras que yo no les mandé. Yo soy sabedor y testigo - oráculo de Yahveh -." Semaías el najlamita despachó en su propio nombre cartas (a todo el pueblo que hay en Jerusalén) a Sofonías, hijo del sacerdote Maasías (y a todos los sacerdotes), diciendo: Yahveh te ha puesto por sacerdote en vez del sacerdote Yehoyadá como inspector en la Casa de Yahveh de todos los locos y seudoprofetas: tú debes meterlos en los cepos y en el calabozo. Pues entonces, ¿por qué no has sancionado a Jeremías de Anatot que se os hace pasar por profeta? Porque, en efecto, nos ha enviado a Babilonia un mensaje diciendo: "Es para largo. Edificad casas y habitadlas; plantad huertos y comed su fruto"" El sacerdote Sofonías leyó esta carta a oídos del profeta Jeremías. Entonces fue dirigida la palabra de Yahveh a Jeremías en estos términos: Envía este mensaje a todos los deportados: Así dice Yahveh respecto a Semaías el najlamita, por haberos profetizado sin haberle yo enviado, inspirándoos una falsa seguridad. Sí, por cierto, así dice Yahveh: He aquí que yo voy a visitar a Semaías el najlamita y a su descendencia. No habrá en ella ninguno que se siente en medio de este pueblo ni que vea el bien que yo haga a mi pueblo - oráculo de Yahveh - porque predicó la desobediencia a Yahveh."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta Jeremías envía una carta a los judíos deportados de Jerusalén a Babilonia en la que manifiesta cuál es la palabra del Señor sobre su situación y su futuro. Él está en Jerusalén, donde están también los profetas y los dirigentes políticos próximos al rey Sedecías, que continúan diciendo a la gente lo que quiere oír, es decir, que el pequeño y exhausto reino de Judá vencerá seguramente al gran Nabucodonosor. Preocupados solo por gustar a los demás, continuaban engañándoles. Además, también había en Babilonia, entre los deportados, algunos falsos profetas que anunciaban el fin próximo de la maldad y el retorno a casa. Jeremías es el único que levanta la voz e interpreta la historia de manera justa y veraz, es decir, no según lo que todos quieren oír, sino según lo que comunica el Señor. El designio de Dios es claro: ha empezado un tiempo de deportación que durará setenta años. La esperanza, pues, no consiste en afirmar que dentro de poco todo cambiará. Más bien consiste en comunicar lo que decía el Señor a través de su profeta. Jeremías anuncia que, al cabo de setenta años, iba a llegar el tiempo del retorno a Jerusalén. Entonces se iban a cumplir los proyectos de Dios, «pensamientos de paz, y no de desgracia»; entonces se iba a abrir para todos «un porvenir de esperanza» (v. 11). Así pues, hay que obedecer al Señor, encontrar en su palabra la guía que indica el camino que debemos recorrer a lo largo de la historia. El creyente no mira el futuro en términos de satisfacción de sus deseos, como si el futuro dependiera simplemente de su voluntad o de sus propósitos. El creyente no piensa en labrarse un futuro, sino en poner su confianza en el Señor para vivir el presente según las enseñanzas de su palabra teniendo la certeza de la esperanza de salvación que el Señor prometió para todo el pueblo. Por eso Jeremías transmite las palabras sobre la indispensable búsqueda del Señor. Y afirma que aquel que busca al Señor, aquel que lo invoca con todo su corazón, lo encuentra. Es lo mismo que asegura el Señor: «me dejaré encontrar». El presente de los hombres se identifica con el presente de Dios. Y el futuro es la continuación de un presente guiado por el Señor. Jesús es la Palabra definitiva de Dios, convertida en luz clara para nuestros pasos. Podríamos decir que la carta de Jeremías a los deportados en Babilonia ya prefigura las Santas Escrituras, y el Evangelio en particular. Los antiguos Padres decían que las Escrituras son las cartas de amor que nos envía Dios. Si las escuchamos no solo comprenderemos el presente sino que construiremos un futuro de paz para todos los pueblos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.