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Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Bonifacio, obispo y mártir. Anunció el Evangelio en Alemania y fue asesinado mientras celebraba la Eucaristía (+754) Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 5 de junio

Recuerdo de san Bonifacio, obispo y mártir. Anunció el Evangelio en Alemania y fue asesinado mientras celebraba la Eucaristía (+754)


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobías 11,5-17

Estaba Ana sentada, con la mirada fija en el camino de su hijo. Tuvo la corazonada de que él venía y dijo al padre: «Mira, ya viene tu hijo y el hombre que le acompañaba.» Rafael iba diciendo a Tobías, mientras se acercaban al padre: «Tengo por seguro que se abrirán los ojos de tu padre. Untale los ojos con la hiel del pez, y el remedio hará que las manchas blancas se contraigan y se le caerán como escamos de los ojos. Y así tu padre podrá mirar y ver la luz.» Corrió Ana y se echó al cuello de su hijo, diciendo: «¡Ya te he visto, hijo! ¡Ya puedo morir!» Y rompió a llorar. Tobit se levantó y trompicando salió a la puerta del patio. Corrió hacia él Tobías, llevando en la mano la hiel del pez; le sopló en los ojos y abrazándole estrechamente le dijo: «¡Ten confianza, padre!» Y le aplicó el remedio y esperó; y luego, con ambas manos le quitó las escamas de la comisura de los ojos. Entonces él se arrojó a su cuello, lloró y le dijo: «¡Ahora te veo, hijo, luz de mis ojos!» Y añadió: ¡Bendito sea Dios!
¡Bendito su gran Nombre!
¡Bendito todos sus santos ángeles!
¡Bendito su gran Nombre
por todos los siglos! Porque me había azotado,
pero me tiene piedad
y ahora veo a mi hijo Tobías.
Tobías entró en casa lleno de gozo y bendiciendo a Dios
con toda su voz; luego contó a su padre el éxito
de su viaje, cómo traía el dinero y cómo se había
casado con Sarra, la hija de Ragüel, y que venía
ella con él y estaba ya a las puertas de Nínive. Tobit salió al encuentro de su nuera hasta las puertas de Nínive, bendiciendo a Dios, lleno de gozo. Cuando los de Nínive le vieron caminar, avanzando con su antigua firmeza, sin necesidad de lazarillo, se maravillaron. Tobit proclamó delante de ellos que Dios se había compadecido de él y le había abierto los ojos. Se acercó Tobit a Sarra, la mujer de su hijo, y la bendijo diciendo: «¡Bienvenida seas, hija! Y bendito sea tu Dios, hija, que te ha traído hasta nosotros. Bendito sea tu padre, y bendito Tobías, mi hijo, y bendita tú misma, hija. Bienvenida seas, entra en tu casa con gozo y bendición.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En esta escena de la vuelta a casa de Tobías el ángel Rafael toma la iniciativa primero. Al llegar a las inmediaciones de Nínive, Rafael (que significa "Dios cura") se dirige a Tobías y le describe lo que debe hacer cuando se encuentre con su padre. Tobías obedece: en cuanto ve a su padre lo abraza. Estamos en el mismo patio (v. 10) en el que Tobit había perdido la vista. Tobit, como hizo Jacob con su hijo José al verlo (Gn 46,30), se le echa al cuello y le dice: "luz de mis ojos". Tobías le unta los ojos con la hiel de pez y Tobit recupera la vista. Todo nace de las palabras del ángel. Y Tobías sabe que si escucha y pone en práctica lo que le dice el ángel, aquella palabra es eficaz. Efectivamente, la Palabra debe recuperar la primacía en nuestra vida para que se cumpla el designio de Dios, que es nuestra salvación. Tobit, tras recibir aquella vista, se dirige a Dios para bendecirlo y darle gracias por haber sido compasivo con él, en lugar de castigarlo. En pocos versículos encontramos hasta ocho veces el adjetivo "bendito". Tobías, al ver la alegría de su padre, no contiene la suya: "Tobías entró en casa lleno de gozo y bendiciendo a Dios con toda su voz" (v. 15). También muchos habitantes de Nínive se alegraron al ver lo que había pasado. Y Tobit, por su parte, "proclamó delante de ellos que Dios se había compadecido de él y le había abierto los ojos" (v. 16). La alegría de este padre al recibir a las puertas de la ciudad a la esposa de su hijo es contagiosa. Toda la comunidad judía de Nínive festeja la llegada de Sara, mientras que Tobit la bendice subrayando una vez más la acción de Dios. La fiesta final (vv. 18-19) parece una nueva celebración de la boda, pero en este caso el protagonista ya no parece que sea Tobías sino el viejo Tobit, pues el Señor ha bendecido sus últimos años de vida de manera extraordinaria. Su alegría desbordante no solo llega a toda la comunidad, sino que hace caer el muro de desconfianza que habían levantado Nadab y Ajicar, que van a dar la enhorabuena a Tobit y se reconcilian. La alegría del creyente es contagiosa y cambia el mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.