ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 6 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jonás 3,1-10

Por segunda vez fue dirigida la palabra de Yahveh a Jonás en estos términos: Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad y proclama el mensaje que yo te diga. Jonás se levantó y fue a Nínive conforme a la palabra de Yahveh. Nínive era una ciudad grandísima, de un recorrido de tres días. Jonás comenzó a adentrarse en la ciudad, e hizo un día de camino proclamando: "Dentro de cuarenta días Nínive será destruida." Los ninivitas creyeron en Dios: ordenaron un ayuno y se vistieron de sayal desde el mayor al menor. La palabra llegó hasta el rey de Nínive, que se levantó de su trono, se quitó su manto, se cubrió de sayal y se sentó en la ceniza. Luego mandó pregonar y decir en Nínive: "Por mandato del rey y de sus grandes, que hombres y bestias, ganado mayor y menor, no prueben bocado ni pasten ni beban agua. Que se cubran de sayal y clamen a Dios con fuerza; que cada uno se convierta de su mala conducta y de la violencia que hay en sus manos. ¡Quién sabe! Quizás vuelva Dios y se arrepienta, se vuelva del ardor de su cólera, y no perezcamos." Vio Dios lo que hacían, cómo se convirtieron de su mala conducta, y se arrepintió Dios del mal que había determinado hacerles, y no lo hizo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La fuga hacia occidente de Jonás no tuvo éxito. El Señor le dice que vuelva a predicar a Nínive, en oriente. Obedecer la Palabra de Dios permite que Jonás lleve a cabo el milagro que parecía totalmente imposible. El profeta, acompañado por la fuerza de Dios, empieza a recorrer aquella gran ciudad. Fueron suficientes cinco palabras para despertar en Nínive la fe en el Señor. E incluso antes de terminar, el primero de los tres días, los habitantes de Nínive "creyeron" en la palabra del profeta y se convirtieron al Señor. El texto destaca que la conversión llega a todos los habitantes, desde los más pequeños hasta los mayores, e incluso a los animales. Ayuno y oración son signos de la conversión. La conversión de los habitantes de la ciudad llega al corazón de Dios y decide cambiar su juicio de condena por un juicio de misericordia. El Señor tiene piedad de aquel pueblo que había reconocido su comportamiento malvado y no infligió el mal que había anunciado. Hasta el peor de los enemigos, el más violento de los pueblos o el más malvado de los hombres pueden cambiar de vida si escuchan la Palabra de Dios. El profeta ayuda a los hombres a reconocer el mal en su vida y a cambiar su corazón. Es una responsabilidad que Dios, como hizo con Jonás, confía a aquellos a los que comunica su Palabra. En el Señor Jesús somos todos profetas, se nos confía a todos la tarea de comunicar la Palabra de Dios al gran mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.