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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Recuerdo del profeta Isaías. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 9 de mayo

Recuerdo del profeta Isaías.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 19,1-8

Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó las regiones altas y llegó a Éfeso donde encontró algunos discípulos; les preguntó: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe?» Ellos contestaron: «Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo.» El replicó: «¿Pues qué bautismo habéis recibido?» - «El bautismo de Juan», respondieron. Pablo añadió: «Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea en Jesús.» Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y, habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres. Entró en la sinagoga y durante tres meses hablaba con valentía, discutiendo acerca del Reino de Dios e intentando convencerles.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo baja de Galacia y Frigia y llega hasta Éfeso. Es una ciudad rica y populosa, capital de la provincia de Asia y situada en la encrucijada de las principales vías marítimas y terrestres entre Oriente y Occidente. Aquí el apóstol permanece más de tres años, haciendo de ella el centro de su misión. Desde Éfeso sale para fundar comunidades cristianas en otras ciudades como Colosos, Laodicea, Ierápolis; y desde Éfeso escribe varias cartas a sus comunidades, como la de los Corintios. Apenas llega a la ciudad, Pablo encuentra a algunos discípulos del Bautista. Se trata de una docena de personas que forman parte de un grupo que hacía referencia al Bautista y que había tenido alguna difusión en la región. Probablemente tienen alguna afinidad con los cristianos; y Pablo comprende enseguida la oportunidad que le viene dada para hacer crecer su fe. Habían dejado de seguir el judaísmo y habían acogido la profecía del Bautista, el precursor; y, podría decirse, había llegado para ellos el momento de encontrar a aquel Maestro a quien el Bautista había preparado el camino. Y Pablo es el enviado de Dios para ayudar a aquellos discípulos a cumplir el tramo de camino que les faltaba para recibir el bautismo en el Espíritu Santo. Se hizo compañero de aquel pequeño grupo de "discípulos de Juan", una docena de personas; y llegó el momento del nuevo bautismo. Es una pequeña experiencia que muestra la atención pastoral de Pablo para acoger cualquier ocasión para anunciar el Evangelio, en estar atento a las preguntas, a veces escondidas en el corazón de los hombres, que sin embargo anhelan el encuentro con Jesús. Pablo ha leído su pregunta, la ha acogido y se ha hecho compañero de su camino espiritual: les ha comunicado el Evangelio hasta llegar el momento del Bautismo; y, mientras el apóstol les impone las manos, el Espíritu Santo desciende en el corazón de aquella docena de creyentes y los transforma en discípulos de Jesús. El Espíritu muestra inmediatamente su fuerza y a aquellos nuevos bautizados: "se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar", escribe Lucas. Pablo enseña a estar atentos a la necesidad de Evangelio, de ayuda, de misericordia que está escondida en el corazón de muchos. A nosotros la tarea de no dejar venirse abajo nada con tal de anunciar el Evangelio del Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.