ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 12 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 7,1-9

En tiempo de Ajaz, hijo de Jotam, hijo de Ozías, rey de Judá, subió Rasón, rey de Aram, con Pécaj, hijo de Remalías, rey de Israel, a Jerusalén para atacarla, más no pudieron hacerlo. La casa de David había recibido este aviso: "Aram se ha unido con Efraím", y se estremeció el corazón del rey y el corazón de su pueblo, como se estremecen los árboles del bosque por el viento. Entonces Yahveh dijo a Isaías: "Ea, sal con tu hijo Sear Yasub al final del caño de la alberca superior, por la calzada del campo del Batanero, al encuentro de Ajaz, y dile:
"¡Alerta, pero ten calma! No temas,
ni desmaye tu corazón
por ese par de cabos de tizones humeantes, ya que Aram, Efraím y el hijo de Remalías
han maquinado tu ruina diciendo: Subamos contra Judá y desmembrémoslo,
abramos brecha en él
y pongamos allí por rey
al hijo de Tabel." Así ha dicho el Señor Yahveh:
No se mantendrá, ni será así; porque la capital de Aram es Damasco,
y el cabeza de Damasco, Rasón;
Pues bien: dentro de sesenta y cinco años,
Efraím dejará de ser pueblo. La capital de Efraím es Samaría,
y el cabeza de Samaría, el hijo de Remalías.
Si no os afirmáis en mí
no seréis firmes."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pequeño reino de Judá corre el peligro de entrar pronto en guerra. Se comprende así la agitación de la casa real, la casa de David, que empieza a buscar posibles aliados para poderse defender de la poderosa nación asiria. El Señor, a través del profeta, quiere salvar a Israel de la destrucción. Dios envía a Isaías para que se presente ante el rey Ajaz junto a su hijo, cuyo nombre, Sear Yasub, significa "un resto volverá". En él el rey debe ver el signo de una esperanza para el pueblo de Judá. El profeta le dice al rey: "¡Alerta, pero ten calma! No temas ni desmaye tu corazón". Es la invitación a no tener miedo del peligro que se está acercando: "¡Alerta, pero ten calma! No temas ni desmaye tu corazón por ese par de cabos de tizones humeantes". Pero la tranquilidad del creyente solamente tiene sentido si se basa en la certeza de la confianza en Dios, que no abandona a su pueblo. Más adelante Isaías dirá: "Por la conversión y la calma seréis liberados, en el sosiego y la confianza estará vuestra fuerza" (30,15). El llamamiento a tener fe es fundamental en toda la narración bíblica, como en este pasaje del profeta. Quien está acostumbrado a confiar solo en sí mismo y en sus fuerzas no conoce la fuerza de la fe. La fe en Dios es lo contrario del miedo que, por el contrario, es consecuencia del orgullo arrogante. No serán ni las alianzas humanas ni la agitada búsqueda de seguridades, lo que podrá proteger y asegurar un futuro de paz. Los hombres y las mujeres de fe pueden ser constructores de paz y de seguridad si confían en Dios y en su Palabra. No solo serán libres del miedo que lleva siempre a desconfiar de los demás, sino que podrán resistir al mal y vencerlo para construir un mundo de solidaridad y de paz. No olvidemos jamás la afirmación que cierra esta página: "Si no os afirmáis en mí no estaréis firmes".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.